jueves, 29 de enero de 2015

Personajes; X.

Este personaje ha sido creado con la tinta de A (@backtoimagine) y L (@tintayversos).


Precaución ante ella y sus ojos que gritan pertenecer a otro lugar.

Precaución.

Parece no pertenecer a este mundo con sus ojos que asimilan cambiar de color a cada nuevo vistazo que les dedicas.

Sí, precaución; su pelo indica que de este mismísimo mundo no es.

Pensarás: ¿Se parece al cielo azul?

Pero no, es como el mar en los días de Tormenta,

el mar cuando parece que llora

o el mismísimo cielo

al apagarse y dejar entrada

a la Noche.

 

Noche, como ella cuando se desliza

por tus pensamientos,

convirtiéndose en el sueño más temido

y la pesadilla más hermosa,

haciéndote creer que algún día será tuya.

 

Pero X nunca tuvo dueño.

 

X pende de un hilo sin colgarse de

las agujas del asfixiante Tiempo que

constituye el mundo.

Pende de una cuerda atada al cielo

y pisa este mundo procurando

no dejar mucha huella.

 

Cree que, si deja huella, algún día

acabará atándose;

y ella no quiere atarse,

porque atarse es asfixiarse,

perderse y olvidarse.

 

Y así, enamorarte de ella

es caminar por la cuerda floja,

saltar sin paracaídas y tener

fe ciega en el Amor,

ya que en cualquier momento

puede escaparse y dejarte a ti

con la cuerda al cuello

y un millón de versos que jamás

serán leídos.

 

Y entonces fingirá que nunca ha arañado

tu Alma con su mirada felina, que nunca

se desabrochó todas las dudas

para rozarte.

 

No, no te enamores de X,

 

X algún día se irá,

pero ella antes

que todos los demás.

 

Y así fue cómo me enamoré de ella.

 

La Tormenta que se derrama por

su espalda hasta llegar a las

caderas formaba un sinuoso río

en el que quería ahogarme.

 

El azul de su pelo contrastaba con

la palidez de su serpenteante cuerpo

haciendo que aquello pareciese

un fondo de cielo azul con nubes

esparcidas por él (y por mí).

 

El rojo de sus labios

que pedían a gritos ser besados,

aunque creo que, más bien,

las ganas procedían

de mis entrañas.


X siempre fue el personaje

del que no debí enamorarme;

y, finalmente, lo que no debes hacer

acaba siendo lo que realizas.

martes, 27 de enero de 2015

Semana 4.

El reto de esta semana ha sido propuesto por Alicia y consiste en definir a un personaje a través de una historia.

¡A trabajar!

domingo, 25 de enero de 2015

De nuevo


Ella había decidido mirar al futuro.
(Sí, aunque no fuera fácil, aunque no estaba segura de ser capaz.)
Y su habitación estaba ahora inundada de marcos vacíos. Ya no había recuerdos, ni escalofríos ni lágrimas traidoras (de aquellas que deciden aparecer en los peores momentos). Había decidido que todo lo que habría iban a ser nuevas expectativas y sueños por cumplir.

La luz se filtraba por las cortinas escarlatas como si tuviese la intención de advertir otro amanecer. Salir de casa después de tanto tiempo suponía volver a enfrentarse al mundo real y volver a escuchar la música de la calle, conversaciones sin sentido, coches, gritos, risas, todo repitiéndose otra y otra vez, cual disco rallado e incansable. Todo había vuelto a su cauce. Y suponía regresar a un mundo por descubrir.
Todo lo que ella veía, los callejones, los peatones, las flores en los balcones y las casas a medio pintar, pertenecían a nuevas fotografías en su mente. A nuevas imágenes capturadas y congeladas por y para ella; algunas borrosas, otras desenfocadas, sin tener en cuente la iluminación ni la belleza ni la composición. Eran, simplemente, instantes; nuevas vivencias que iban a reemplazar aquellas pasadas que, al sacarles el polvo, seguían doliendo. Nuevas sonrisas, nuevas miradas, hasta algunos brillantes ojos.

Todo era otro empezar.

Lau, @latedawns_

Diario de sueños.

Nunca había sido capaz de imaginar que un diario pudiera acumular tantísimo polvo. ¡Quién lo diría! Ni pasando el dedo se ve el color original de la cubierta de cuero…
Sinceramente, espero que la bombilla que cuelga del techo siga funcionando un buen rato más, porque si revienta o se apaga, me da algo. Este desván es muy grande, no tiene ninguna pared divisoria, sólo trastos viejos y… y una mísera bombilla colgando de un cable. Todos los trastos inservibles que han pasado por la puerta principal de esta casa han acabado aquí arriba: tocadiscos rotos, sofás agujereados, estanterías desiguales… y mi viejo diario de sueños.
Bien pensado, mi viejo diario nunca fue nada inservible. No sé desde cuándo lo tengo pero si sé que lo utilicé mucho en su día. Es de cuero marrón oscuro y tiene una cinta para cerrarlo, en su interior hay trozos de páginas mal recortadas que antaño estuvieron vacías, las fui llenando noche a noche con una letra amorfa y tan desigual como las propias hojas. El diario acabó aquí arriba por culpa de mi madre, que estaba preocupada y no lo quería, lo escondió aquí arriba y jamás me pregunté por qué, hasta hoy.
Nunca antes he estado en este lugar, pero es tan espeluznante como lo imaginaba: hay dos ventanucos y parecen indicar, con el destello de la luz lunar, sitios claves de la madera del suelo, levantada y corroída, como en una película americana de misterio, las sábanas dan la sensación de moverse solas con un viento frío y prácticamente inexistente y absolutamente todo ha perdido el color a causa de la gorda capa de polvo que engulle cada centímetro cuadrado.
Céntrate, Mónica, has venido a revisar tu diario de sueños, no a respirar partículas de piel muerta, céntrate, céntrate repite una voz en mi cabeza.
Respiro hondo y cojo el cuaderno. Es hora de saber qué rondaba por mi cabeza hace unos años.
Nada más desenrollar el cordel que lo cierra, una foto revolotea hasta mis pies. Me agacho a recogerla y la inclino un poco para que le dé la luz y averiguar de qué se trata. Me quedo petrificada cuando lo veo: un bol, un saco de harina vacío al lado y unas pequeñas motas de este ingrediente en el bol.
Harina.
La palabra resuena una y otra vez en mi mente, y su significado en un sueño: siempre faltará lo esencial para vivir. Abro el diario y lo leo, asustada por mi propio subconsciente.
Y entonces entiendo por qué mi madre me apartó de esas páginas. Son todo pesadillas, en todas acababa desmembrada o abandonada, sola, magullada, aplastada, destrozada... ¿Cómo podía haber olvidado esto? Hacía tiempo que no recordaba mis sueños recientes, pero debería recordar los antiguos… ¿no?
Al acabar de descifrar mi letra nocturna atormentada por pesadillas, descubro que hay más fotos al final del diario, escondidas.
Cada una de ellas tiene un objeto con un malvado significado en los sueños: un helecho ardiendo (un encuentro que jamás llegará), anclas que no llegan al fondo del mar (incapacidad para encontrar tu lugar en la tierra), camas deshechas (insatisfacción con uno mismo), carteles de salida de emergencia apagados y rotos (no hay escapatoria)...
Y por último, un atrapasueños con un ojo en el centro. El ojo, la sensación de estar constantemente vigilados. Aunque no entiendo la maldad que puede haber en un atrapasueños, ¿qué hace junto a tantas fotos escalofriantes?
Ahora que me fijo bien, parece el atrapasueños que tenía antes, junto a mi cama. ¡Y que ha acabado aquí arriba, junto con este diario! Cómo lo echaba de menos…
Al cogerlo, siento un terrible mareo y me duele la cabeza horrores, la bombilla se apaga y la luna deja de brillar.



-Buenos días -dice mi madre a la vez que entra en mi habitación a subirme la persiana; ya ha salido el sol.
-Mamá, ¿que me ha pasado? -pregunto, rascándome la cabeza, dolorida. No recuerdo nada de anoche.
-Nada, cariño, nada -me da un beso en la frente y sale por la puerta. No la veo bien porque apenas hay luz pero juraría que llevaba una cámara y un atrapasueños en la mano.

Semana 3

¡Hola, hola! Esta semana hemos decidido variar y nuestras entradas girarán entorno de un concepto en lugar de girar entorno una frase.

Así hemos escogido escribir alrededor del concepto "fotos".

¡A trabajar!

Recuerdos efímeros.

Me gustaba amanecer a su lado.
Verla amanecer.
Era precioso (era preciosa).

Me gustaba para pasar con ella los días,
me gustaba para malgastar todas mis noches a su lado.
Me gustaba para crear una vida junto a ella.

Llegué a creer que todo aquello era real,
que era correspondido.
Llegué a crear que éramos eternos.

Se fue.
Se fue dejándome amaneciendo solo, 
malgastando mis días y mis noches con la soledad 
y dudando entre la realidad y la ficción.

Y, hoy, como cada noche,
intento recordarla con poco resultado.
Solo me queda esa foto,
esa foto de los dos.

Pero me sirve de poco,
no me sirve para recordar cómo olía su cuello,
para recordar el tacto de su piel erizada después de mis "te quiero"
o para recordar la calidez de su sonrisa que me desmontaba entero.

Bel, @burninglow_.

Sin título, porque nunca fuimos.

Aún me acuerdo del magnetismo
que cargaban tus ojos.

Tu risa, la melodía
que daba cuerda
a mi Caos.

A veces mi mente
juega con las manecillas
del reloj

y

Echo un vistazo a aquella
vez en la que
me sonrojé porque
tú me quisiste (besar).

Esa fotografía es quemada
una y otra vez, porque duele
más que ninguna.

Duele, porque no te importó.

Escuece, porque no te importa.

No cicatriza, porque no te importo.

¿Acaso alguna vez quisiste desgarrarte
o te atragantaste con esas famosas mariposas
de las que hablan?

Fue Amor en mi Corazón
distorsionado de recuerdos.


domingo, 18 de enero de 2015

Tango suicida.


El vinilo giraba en el tocadiscos una y otra vez, mientras que la música era lo único que rompía el silencio. Cada uno en una esquiña de la habitación, tú con tu mirada fría y arrogante clavada en la mía, orgullosa y desafiante. Nuestros ojos, al mirarse mutuamente, bailaban un tango demasiado bello como para pararlo, y nuestra sonrisa era una sonrisa amarga, una sonrisa de aquelllos que les jode revivir ciertos recuerdos.
Y es que eso era lo que estábamos haciendo, revivir ciertos recuerdos.
Revivir el momento en el que no solo nuestras miradas bailaban el mismo tango, sino que también lo hacían nuestros cuerpos. Un tango que después acababa en poesía formato susurro.
El mismo vinilo, la misma canción y la misma habitación, pero no las mismas personas. Antes solíamos ser dos valientes que se aventuraban juntos hacia el centro de la estancia, mientras que ahora somos dos desconocidos que no se atreven a dar un paso adelante para acercarse a lo que en otro tiempo fue nuestro templo.


@_s0ldeinvierno  

Ella.

"Una sonrisa amarga, una sonrisa de aquellos que les jode revivir ciertos recuerdos" Parece mentira que escriba de amor, cuando siempre lo he odiado. Parece mentira que cuente mi historia, que aún no ha acabado. No es un cuento de hadas, de princesas o caballos. Es una historia real de amor y desengaños. La conocí con su sonrisa amarga, pero aún así estaba cantando. La conocí contando su historia y me acabé emocionando. La conocí como yo, perdida. Me ayudo a estar como ahora, amando. Me levantó los pies del suelo, me hizo estar soñando. Eramos tan iguales que parecía que estaba imaginando mi historia deseada, una historia con encanto. Amanecer con ella era lo que estaba buscando, dormirme en su pecho era idealizado. Mi sonrisa amarga se esfumó, depararecio mi llanto. Esa chica hizo que me alejara del espanto que era vivir en una vida sin su amor y encanto.

Cafés, cigarros y sonrisas.

"Una sonrisa amarga, una sonrisa de aquellos que les jode revivir ciertos recuerdos."

Mi café ya se había enfriado hacia tiempo. Estaba ahí, inerte; hacia mucho tiempo que no salía humo de él, hacía tiempo que ni el azúcar lograba endulzarlo. 
Mi cigarro seguí consumiéndose, llevaba tiempo así. Sus caladas ya no tenían efecto en mi, solo hacían que mi interior fuera ardiendo poco a poco.
Mi sonrisa...ay mi sonrisa. Mi sonrisa llevaba meses sin ser la misma. Era una sonrisa vacía, triste; una sonrisa amarga, una sonrisa de aquellos que les jode revivir ciertos recuerdos. Y más que recuerdos eran todos los golpes que me había llevado y que no cicatrizaban y, joder, cómo dolían.

Pero, de repente, cuando menos lo esperaba y cuando más lo necesitaba (que es como llegan las cosas buenas en la vida) apareció.
Con un café caliente, humeante y dulce en sus mano derecha, un cigarro de una marca desconocida en la izquierda y una sonrisa en su cara que me destrozó y me reconstruyó en cuestión de segundos.

Fue como esas estrellas fugaces que pasan una sola vez en esa noche que crees que tu vida ya no da para más y te sirven como esperanza, como cuando abres por primera vez tu libro preferido y algo en él te conquista solo con leer su título, como cuando comes tu comida preferida en un día que desearías vivir enterrada entre tus sabanas o como cuando un desconocido te sonríe por la calle y tú estás tratando de contener las lágrimas. Fue como sentir que todo lo roto en mi interior se juntaba a a velocidad de la luz solo con su presencia.

Bel, @burninglow_.

lunes, 12 de enero de 2015

De lágrimas a cañones.

"Una sonrisa amarga, una sonrisa de aquellos que les jode revivir ciertos recuerdos". 
Frase escogida por: Bel (@burninglow_).

Me siento en el primer banco verde que encuentro libre frente al mar mientras deshojo una margarita algo húmeda y comienzo a pensar sobre el pasado. Superar algo es relativo. Las cosas se superan, sí, pero ello no nos conduce directamente al olvido. Así somos los humanos: cabezotas, sentimentales y, si me permiten mencionarlo, un poco idiotas.
Y es que “la envidia es el deporte nacional en este puto mundo”. Lo cambia todo. Cambia a las personas, la forma de pensar que tienen estas, los objetivos que persiguen, sus ambiciones, sus relaciones personales, la manera de verse a sí mismos… Todo por un simple sentimiento dañino.
Y yo, pobre inocente, fui una víctima de ésta, viendo como destrozaba a una de las personas más importantes de mi vida.
Viendo como se centraba en opiniones de extraños a los que poco les importaba realmente, ignorando por completo los consejos y ayudas que le ofrecíamos las personas que le querían realmente. Y poco a poco, ver como los más cercanos a ti cambian tan drásticamente te hace replantearte si la que está mal eres tú, si la que necesita adaptarse eres tú. Cambias, te cambian, pero nunca eres suficiente. La envidia se transforma en odio reprimido, en ganas de hacer daño. Y tú tratas de que todo vuelva a ser como antes, pero hay que afrontar la realidad: las cosas nunca vuelven a ser como antes. Cambiando y volviéndote alguien que no eres, lo único que consigues es desagradar aún más a los que ya no te querían y comenzar a alejar a los pocos que seguían aceptando a tu propio “yo”. Se fueron, lo que es comprensible, no les culpo. Se cansaron y se fueron, dejándome aquí sola, sin saber que aquello me conduciría al vacío más hondo y solitario que podría haber sentido jamás. Empequeñeciéndome cada día más y más, perdiéndome a mí misma y buscando a alguien con quien no me identificaba para nada. Sentía que libraba una lucha entre mí misma y mi otro “yo”, que se trataba de una desconocida y superficial chica a la cual no reconocía para nada.
Pero ahora, sentada en este banco, con los pies apoyados en la fría barra de metal que aún está algo mojada por la lluvia de hace una hora, me he dado cuenta de que todo ese dolor no fue en vano.
Porque sí, pasé un infierno. Todos lo hacemos. Libramos nuestras propias batallas en silencio, tratando de pasar desapercibidos y de lograr salir del laberinto de dolor que nos engaña y nos humilla, riéndose de nosotros. Desgarrándonos por dentro, desnudándonos y haciéndonos sentirnos solos, a pesar de la cantidad determinada de gente que tengamos a nuestro alrededor.
Pero todo pasa. El dolor cesa, cada lágrima se convierte en una nueva lección, en una nueva forma de ver la vida, en escudos que nos protegen de futuras decepciones. Todas esas lágrimas que tanto detestábamos se convierten en un futuro soporte, nos hacen más fuertes y nos ayudan a avanzar poco a poco, hasta volver a encontrarnos, hasta prosperar, hasta volver a ser felices.
Porque la felicidad vuelve, como un boomerang cuyo trayecto ha durado más de lo que debería haberlo hecho.
Y ahora, en esta fría tarde de enero me doy cuenta de que, todo lo que me pareció la peor pérdida durante aquel momento se ha convertido en la suerte de mi vida.
Y veo a dos niños de unos cuatro o cinco años jugando delante de mí. Pequeños que se tiran mutuamente del pelo y se insultan para pedirse perdón a los cinco minutos y continuar riéndose.
Esbozo una sonrisa y pienso en cómo, por mucho que crezcamos, seguimos siendo como niños pequeños.
El tiempo varía, sí, pero el perdón llega —puede que más tarde que temprano—, y no siempre tiene que manifestarse. Simplemente, se sabe.
Pasan años y miras a esa persona que fue tanto y que ahora es tan poco, y le sonríes amargamente. No solo sonriéndole a ella, sino al pasado. A esos acontecimientos que te hicieron ser tal y como eres ahora.

Termino de deshojar mi margarita y me levanto, abandonando el frío y solitario banco que se asemeja ligeramente a cómo era yo hace unos meses. Esbozo una sonrisa al comprobar, antes de girarme y continuar el camino a casa, como los dos niños se abrazan de manera amigable.

Carmen Lovegood, @ItsMePato. 

Semana 2.

¡Hola hola! ¡Ya tenemos la frase de esta semana! La ha propuesto Bel y aquí la tenemos:

"Una sonrisa amarga, una sonrisa de aquellos que les jode revivir ciertos recuerdos."

¡Toca ponerse a trabajar, chicas!

domingo, 11 de enero de 2015

El punto y final de lo eterno.

Frase: "Quisimos ser eternos cuando teníamos hasta a las manecillas del reloj en nuestra contra."

Me miraste y jamás pensaste
que amarme a mí sería torturarte.

Mientras me observabas
parecías quererme,
como si fueras inmune al
Caos y la Destrucción que supone hacerlo.

Por eso me arriesgué y
jugué mis cartas contigo
siempre guardándome
el as bajo la manga,
siempre dudando de
ese sentimiento que es
el Amor.

Supiste desnudar cada parte de mi alma,
por ello creía que seríamos lo que tú
siempre decías:
'Infinitos'.

Y fui confiando en ser capaz de sentir,
convencida de que ya no había necesidad de huir.

Hasta que empezaste a besarme sin ganas
para yo terminar suspirando agotada.

Entonces se agotó el tiempo del reloj de arena
indicando que ya nos habíamos consumido
y que volvíamos a ser tú y yo,
nunca juntos.

Pero seguíamos intentando luchar contra
lo que ya sabíamos era inevitable

y caíamos

y caíamos

y caíamos

sin ser conscientes de que quisimos ser eternos
cuando teníamos hasta a las manecillas del reloj
a nuestra contra.

                          L, @tintayversos.

Naufragio en el mar de tus ojos.


"Quisimos ser eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra contra."


Sus manos apenas se separaban. Habían ansiado tocarse durante toda la semana, y cuando por fin lo hicieron, no dudaron ni un segundo en fundirse, llenarse de caricias y compartir el frío de su piel.
Los dedos finos y delicados de ella, se entrelazaban con los de él, firmes y largos. Y mientras sus manos se encontraban, Nerea y Marcos no podían dejar de mirarse. Podrían haberse pasado horas fijando la vista en las pupilas del otro, hipnotizados por el color de su iris. A menudo, él miraba el reloj, deseando en su interior que el tiempo se hubiese parado quién sabe cómo. Dicen que cuando se es más feliz, el tiempo pasa volando. Marcos casi podía ver cómo el viento se llevaba las horas y los minutos por la ventana, y reprimía el impulso de correr tras él.
Él sujetaba con firmeza la mano de Nerea entre las suyas. Siempre que estaban juntos, temía que ella fuese a desvanecerse, a desaparecer, dejándolo solo en aquella cafetería olvidada del mundo, que parecía esperarlos cada domingo. El sol se colaba por la ventana, y los observaba también, celoso. Nerea hubiera jurado que el enorme astro dorado pensaba en la Luna en aquellos momentos.
A menudo, mientras buceaba en los ojos verdosos de Marcos, dejaba que sus pensamientos flotaran en su mente, mientras las olas de sentimientos los mecían como si fueran pequeños barcos de papel. Marcos casi podía oler el mar que Nerea tenía en su interior. En sus pupilas cristalinas, se reflejaba su corazón de sirena. Hubiera jurado que sus besos sabían a sal.
A veces, Marcos sentía que perdía a Nerea poco a poco. Con el tiempo, se dio cuenta de que Nerea no podía pertenecer nunca a nadie. Era un espíritu libre, tan libre como el mar, y muchas veces, parecía que no pertenecía al mundo de los mortales, que nada la unía a la realidad. Era entonces cuando Marcos la besaba, para convertirla en humana de nuevo, temiendo que fuese sólo un reflejo, un delirio de su imaginación de marinero.
Pasaban la tarde juntos, y el mundo se detenía para ellos. Soñaban con una vida que les sonreía, y sentían que rozaban la felicidad por unos instantes. La sentían en su pecho, latiendo a ritmos desconocidos. Se sabían sus cuerpos de memoria, sin mapa ni brújula. Conocían sus lugares preferidos, los más hermosos, los más escondidos. Y a veces, se adentraban a explorar sus rincones prohibidos, hasta acabar sin aliento, tumbados sobre la arena de la playa. Nerea buscaba la forma de las nubes, y Marcos veía en rostro de Nerea en cada una de ellas.

Fue una tarde de verano, cuando la niebla invadía el entramado de calles y las luces del atardecer se difuminaban en el cielo gris. Marcos lo supo en cuanto Nerea fijó sus ojos en los suyos. Supo que su sirena se iría, y no volvería jamás. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Quiso preguntarle mil cosas, hablarle, cantarle al oído. Quiso suplicarle que no se fuera. Pero sólo hubo silencio. Marcos sabía que era imposible retener su espíritu salvaje, su alma sobrenatural. Nerea acarició su mejilla con cariño, mientras él sólo la miraba. La miraba para no olvidar nunca su rostro de piel pálida y ojos claros, ni su melena rebelde, revuelta por el viento. La besó, pues no era suficiente recordar sus labios sólo con la mirada. Y aquel beso ya no sabía sal. Sabía a hojas secas, a recuerdos, a fotos en blanco y negro. Sabía a despedida.

Trece meses, y Marcos aún acudía a la cafetería de la esquina. Miraba ahora el reloj de pared. Ya sólo esperaba que el tiempo pasara, pues retroceder era imposible. El segundero se movía veloz, y el minutero danzaba elegante bajo la esfera transparente. Marcos pasaba las horas muertas mirando por la ventana. Desde allí se veía el viejo faro abandonado, que se alzaba hacia un cielo triste y nublado. Llovía. Pero no en la playa. Era Marcos quien llovía por dentro. Había aprendido a combatir esa cascada constante, a convivir con el frío que se colaba en su pecho en el momento más insospechado. A veces, sus ojos le engañaban, y creía ver a Nerea entre la multitud, en la barra de cada bar, tras las cortinas de su propio hogar. Escuchaba el rumor de las olas, y le parecía oír su risa. Acariciaba el agua salada, y le parecía tocar su pelo. Llegó a creer que Nerea se había hundido en el mar, y se había fundido en aquel espejismo acuoso para siempre.

En su corazón de marinero, ya no existía el mar. Tan sólo existía Nerea.











En la ciudad de los sueños.

Te conocí de camino a la muerte
por algún barrio perdido
de la ciudad de los sueños.
Te conocí en el peor momento
por alguna razón que desconozco.
Dudo que exista el destino,
quizá haya un Dios que nos controle.
Pero estabas en aquella esquina,
disfrazada de lo que no eras,
perdida en una vida
de dolores de cabeza.
Cada noche, pasando frío,
en aquella carretera,
conocías a salidos
con dinero en la cartera.
No sabía si al bajarme,
me pondrías un buen precio.
Imaginaba que tenerte,
no era cosa de cien euros.
No quería hacer el amor contigo
en un hostal de carretera,
quería cenar
y hacerte sentir princesa.
Me enamoré como un niño,
de una prostituta callejera.
Y cuando se fue,
se llevó consigo lo que era.
Me dejó roto, desolado.
Quise que fuésemos eternos
cuando teníamos
hasta las manecillas del reloj
en nuestra contra,
que desafiáramos infinitos
que nunca habían tenido intención
de existir entre nosotros.

Deliciosa.

Quisimos ser eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra contra.
Éramos un conjunto precioso, envidiable, maravilloso para cualquiera que nos echara el ojo.
Cuando nos conocimos, no tenía ni idea del tiempo que pasaría junto a la otra mitad que completaba la armonía para la que fuimos creados. La gente quedaba impresionada con nosotros, con la pareja tan perfecta que formábamos.
Mi mayor frustración fue no ser capaz de volver nuestra unión infinita; veía el final aproximarse cada segundo, inminente, inevitable… al fin y al cabo, éramos eso, unión y separación predestinadas, nacidos ambos para chocar nuestras vidas y continuar. Me gustaría dejar de sentirme tan frustrado ante esta idea y gritarle al mundo que valemos algo más, que unidos somos un grandioso dúo que nunca debería verse forzado a terminar de esta manera.
Aún así, por muchas ganas que tengo, si yo no acabo con nuestra conexión y la rompo antes de tiempo, otra persona vendrá y se llevará a esta mitad mía con la que me gustaría pasar el resto de mis días.
Pero prefiero ser yo quien corte los hilos mejor que un desconocido.
Volviendo a nuestra trágica historia... cuando nos conocimos, no sabía que pronto quedaríamos tan distantes y a la vez tan dentro ella de mí.
Desde el momento en que la vi, atrapó mis ojos como si sólo ella existiera en el mundo. Ella, ella y nada más que ella. Me enamoré de su dulzura, de su decoración exterior, de sus colores, de su olor… Sentí una debilidad inminente por conocer su interior, por saborearlo, por tenerlo a merced de mi voluntad…
No me lo pensé dos veces y fui a por ella, necesitaba sentarnos en una mesa y pasar tiempo juntos (hasta que la hora marcada por el reloj anunciara lo que  tanto quería evitar).


Pedí un café y nos conducí hasta una mesa vacía del local. Una vez allí, la miré unos segundos y… la probé. Un bocado bastó para engatusar mi paladar y mi lengua, haciéndome perder la cabeza por ella. Todos los niños que pasaron delante de nosotros nos envidiaban, ¡quién no querría una tarta tan deliciosa (a la vista y al gusto) como ésta!

sábado, 10 de enero de 2015

La vía de lo eterno.



“Quisimos ser eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra contra,
pero... ¿por qué no romper la cadena que ataba el reloj a las horas?
¿Por qué no vivir entre poesías y utopías?
Podemos ser eternos, y héroes,
sólo por un día.
Podemos ser el cielo y el mar,
y, como Bécquer nunca escribiría,
podemos delinear el horizonte
en perfecta armonía.
Podemos correr por los raíles del tren,
por las vías,
y en mitad de estas,
fundirnos donde nadie más lo haría.”

Derrotados en un apartado y oscuro rincón del bar vacío de siempre, ambos, mirándonos, nos recitábamos, sin decir nada, estas palabras.
Estábamos cada vez más solos, rodeados de gente. Cada vez éramos más nosotros y menos el resto del mundo. Cada vez éramos menos dos y más uno. Y ese rincón, ese pequeño rincón, cada vez se convertía en un infinito universo de posibilidades,
Sí, eso éramos tú y yo, una infinidad de posibilidades.
Pero lo que nos perdió fue el hecho de que tú citabas a Rulo y decías que yo era la Coca-Cola, tú el whisky barato, y que juntos éramos tu mezcla preferida para ahuyentar el llanto, mientras que yo, sin ningún tipo de remordimiento, quemaba viejas fotografías y bebía tequila frente a ti. Yo me dejaba llevar por la música, y tú disfrutabas viéndome volar con las notas que salían de tu guitarra y las palabras que salían de tus labios, ¡benditos labios!

Recitábamos palabras que decían como podíamos ser eternos cuando, sin darnos cuenta, ya lo estábamos siendo.



Hell, @_s0ldeinvierno

jueves, 8 de enero de 2015

Fuimos, somos y siempre seremos.

“Quisimos ser eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra contra”.
(Escogida por Anita).

Contigo es siempre la misma historia, y todas esas veces, igual de adictiva. Nos buscamos mutuamente, nos tentamos, hacemos enfadar al otro, ponemos en juego nada más y nada menos que nuestros propios sentimientos… Y todo esto, ¿para qué? ¿Para luego encontrarnos y añorar lo que teníamos cuando no teníamos nada?
Continuamos con el mismo juego, sentados en esta noria que no para de subir. El problema está en que, cuando llegamos al ansiado momento en el que estamos en lo alto de esta, el vértigo nos ataca y nos hace dudar.
¿Todo este juego ha valido realmente para algo? ¿Nos conocemos realmente, o apartamos la mirada de los ojos del otro por miedo a la decepción? 
Todo son preguntas sin respuestas, respuestas que solo se encuentran en los actos, en la verdad.
A veces siento que todo esto es tan solo un gran acto de masoquismo, una manera de obtener adrenalina emocional aún sabiendo que, pasado un tiempo, nos arrepentiremos de lo que está ocurriendo.
El momento llega. Ya estamos en lo alto de la noria, pero ahora toca descender. Ya lo hemos probado, ahora la emoción ha acabado y lo único que buscamos es volver a ese momento de emoción, volver a lo alto de aquella noria durante esa bonita noche de agosto. Volver a quererte entre mis brazos y a quererte lejos de estos.
Pero en lo único que puedo pensar cuando desciendo de esta atracción de feria es en el sentimiento de alegría que me invadió durante el corto período que pasé en la cima. Entonces, me doy la vuelta y, de nuevo, compro un boleto. Ahí es donde comienza todo, una vez más. Dos ignorantes enamorados de una sensación efímera y engañosa, que tan solo nos crea una insana y peligrosa adicción que viaja con nosotros para siempre, haciéndonos replanteárnoslo todo, haciéndonos querer más, más y más. Porque nunca es suficiente, porque siempre podemos montar de nuevo. Repetir la misma historia sin final feliz.
Pero si algo he aprendido en este largo trayecto es que esa sensación, esa felicidad, esa emoción… no es real. Nada es tan bueno como creemos —o, mejor dicho, como queremos creer—.
No estamos hechos el uno para el otro (¿o sí?). El destino es sabio —o eso dicen—, y por la suerte de nuestras cartas, me he dado cuenta de que nuestros caminos, por mucho que lo intentemos, no están predestinados a cruzarse, ni a permanecer juntos durante mucho tiempo.
Y aún nos recuerdo tumbados en la arena, oliendo a salitre e invadidos por una peligrosa risa floja. Aún nos recuerdo tirando los relojes al mar, haciendo que el tiempo se detuviese, olvidándonos de todo y sintiendo el momento, queriendo al mundo… queriéndonos.
Pero como en todas las historias, hay un final, y puede ser cierto que el nuestro fuese más precipitado y forzado de lo que debería haber sido… ¡Pero, qué se le va a hacer, así lo quiso el destino!

Y es que quisimos ser eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra contra.

Carmen Lovegood, @ItsMePato.