Por lo visto, aunque la semana pasada tuvimos una idea genial aportada por Bel, no se pudo publicar ningún relato, pero esta semana sí que publicaremos.
Nuestra preciosa Lid ha aportado la idea de esta semana, y es la siguiente:
Escribir algo que siempre hemos querido escribir, pero que nunca hemos escrito.
¡Es hora de ponerse a trabajar!
¡Hola! Somos las creadoras de historias. En este "proyecto", cada semana se planteará una idea y a partir de ahí se escribirán diversos relatos e historias que serán publicados el domingo. También podéis decirnos lo que pensáis de nuestras entradas, ¡toda opinión es bienvenida! Podéis hacerlo mediante comentarios o enviándonos un correo a creadorasdehistorias@gmail.com
martes, 31 de marzo de 2015
domingo, 22 de marzo de 2015
Soñar. Soñar despiertos.
-Tropas -grita el soldadito-, atacad al enemigo a mi señal -apunta con su brazo de plástico a la masa de soldaditos que se enfrentan a su ejército-, tres, dos, uno... ¡fuego! -y caen algunos de los muñecos, derribados, heridos. Pero, claro está: no es real.
Juegan a estar heridos. No hay sonidos de disparos.
-Trooooopa -grita el comandante del ejército derribado-, desenfunden sus espadas -y todos obedecen. Esas pequeñas espadas en esas diminutas manos se alzan sobre los cascos de plástico de las figurillas de plástico, en el interior del baúl de madera.
-Tarta de fresa -llama uno de los soldados a la pelirroja sentada en la esquina más cercana a ellos, con una lámpara en forma de flor junto a ella, leyendo un libro muy interesante en su cama, con el sombrero quitado, reposando a los pies del colchón-, necesitamos más luz.
La muñeca sube la intensidad de la bombilla.
Es difícil jugar sin ver nada.
Al otro lado del baúl, lejos de la "guerra", una maestra robot enseña a su clase una loca cantidad de cosas, una detrás de otra, haciendo chistes entre medias.
Los alumnos imaginarios, visibles mientras la tapa del cofre esté cerrada, cada uno con su rasgo característico, cada uno sacado de un libro diferente, de un cuento, de una leyenda o de una película, presta atención procesando absolutamente todo lo que dice la sabia señora que se haya ante ellos.
Al mismo tiempo, una sombra oscura se apea a los bordes superiores del baúl: un monstruo de piedra que triplica su tamaño cuando nadie le mira. En frente suyo hay una serpiente a la que le crecen quince cabezas más cuando no tiene ningún par de ojos puestos encima.
Unos pasos se oyen, las zapatillas de andar por casa golpean el suelo y hacen rebotar a los soldaditos, las muñecas, los pupitres y el resto de juguetes.
-QUE VIENEEEEEEEEEE -pega un alarido el capitán de algún bando de los que luchan en la batalla con una voz lo suficientemente estruendosa como para que se oiga reverberar en toda la caja de madera.
Los juguetes, sin excepción alguna, se sumen en la oscuridad y permanecen quietos, como estatuas (o como juguetes).
-¿Estabais divirtiéndoos? -pregunta en voz alta la niña de rizos castaños al levantar la tapa de su "cajón de chorradas de críos" (como lo llama su madre). Ríe bajito, para que nadie de su familia la oiga y la tomen por loca. Los monstruos, sin que ella se de cuenta, escapan y se meten bajo la cama- ¿Cómo vais a responderme? ¡Sois plástico, y no podéis hablar! -ríe un poco más y, de repente, se calla y se queda pensativa-... ¿o sí qué podéis?...
Juegan a estar heridos. No hay sonidos de disparos.
-Trooooopa -grita el comandante del ejército derribado-, desenfunden sus espadas -y todos obedecen. Esas pequeñas espadas en esas diminutas manos se alzan sobre los cascos de plástico de las figurillas de plástico, en el interior del baúl de madera.
-Tarta de fresa -llama uno de los soldados a la pelirroja sentada en la esquina más cercana a ellos, con una lámpara en forma de flor junto a ella, leyendo un libro muy interesante en su cama, con el sombrero quitado, reposando a los pies del colchón-, necesitamos más luz.
La muñeca sube la intensidad de la bombilla.
Es difícil jugar sin ver nada.
Al otro lado del baúl, lejos de la "guerra", una maestra robot enseña a su clase una loca cantidad de cosas, una detrás de otra, haciendo chistes entre medias.
Los alumnos imaginarios, visibles mientras la tapa del cofre esté cerrada, cada uno con su rasgo característico, cada uno sacado de un libro diferente, de un cuento, de una leyenda o de una película, presta atención procesando absolutamente todo lo que dice la sabia señora que se haya ante ellos.
Al mismo tiempo, una sombra oscura se apea a los bordes superiores del baúl: un monstruo de piedra que triplica su tamaño cuando nadie le mira. En frente suyo hay una serpiente a la que le crecen quince cabezas más cuando no tiene ningún par de ojos puestos encima.
Unos pasos se oyen, las zapatillas de andar por casa golpean el suelo y hacen rebotar a los soldaditos, las muñecas, los pupitres y el resto de juguetes.
-QUE VIENEEEEEEEEEE -pega un alarido el capitán de algún bando de los que luchan en la batalla con una voz lo suficientemente estruendosa como para que se oiga reverberar en toda la caja de madera.
Los juguetes, sin excepción alguna, se sumen en la oscuridad y permanecen quietos, como estatuas (o como juguetes).
-¿Estabais divirtiéndoos? -pregunta en voz alta la niña de rizos castaños al levantar la tapa de su "cajón de chorradas de críos" (como lo llama su madre). Ríe bajito, para que nadie de su familia la oiga y la tomen por loca. Los monstruos, sin que ella se de cuenta, escapan y se meten bajo la cama- ¿Cómo vais a responderme? ¡Sois plástico, y no podéis hablar! -ríe un poco más y, de repente, se calla y se queda pensativa-... ¿o sí qué podéis?...
Feliz Navidad.
La
cálida luz de un Sol de invierno iluminaba a la pequeña Cati, que
jugaba con trozos de tela atados entre sí, simulando una muñeca. La
niña, que cantaba y movía su juguete como si este estuviera
bailando, escuchó gritos y risas en el parque situado al lado de su
casa. Decidió buscar una vieja caja de madera donde su mamá
guardaba la ropa, la vació y la puso bajo el marco de la ventana,
subiéndose a ella para mirar a los otros niños y niñas que jugaban
con sus regalos de Navidad. Unos jugaban con juguetes teledirigidos,
otros con enormes robots e incluso había un que otro pequeño grupo
jugando con algún reluciente balón de fútbol. Cati observaba como
todos ellos reían, ¡parecían tan felices con sus juguetes nuevos!
De repente volvió la cabeza hacia su muñeca y pensó en el momento
que su madre se la dio el día de Navidad de hacía dos años. Desde
ese año no había vuelto a recibir regalos, y su familia había
tenido que abandonar su casa de Colombia para venir a la casa de
España, siendo esta más vieja. Su papá cada vez traía pan más
duro y su mamá parecía más delgada y enferma cada día.
Siempre
que Cati preguntaba por qué Santa no le había traído juguetes
puesto que había sido muy buena, mamá respondía que tal vez se
habían perdido por el camino, y ella le decía que era imposible,
que en la carta había puesto su nueva dirección.
Aquel
día unos señores malos vinieron a casa de Cati y le dijeron a su
familia que ya no podían vivir en esa casa porque no habían pagado.
'¿Por qué tenían que pagar?' se preguntaba ella. No entendía
nada.
- Anni
Semana 11
¡Hola hola! Después de una "pequeña crisis" y un discurso inspirador de Ali aquí estamos de nuevo.
Esta semana el reto consiste en describir a alguien en 3ª persona o narrar algo desde la voz de un niño pequeño.
¡A trabajar ya!
Esta semana el reto consiste en describir a alguien en 3ª persona o narrar algo desde la voz de un niño pequeño.
¡A trabajar ya!
viernes, 13 de marzo de 2015
Última ronda.
Ahogué mis penas
en el bar de siempre,
sumergiéndome en
el vacío del cristal
del vaso que creí
llenaba mi ser
de algo más
que desgaste.
Busqué otros ojos oscuros
en los que consumirme
para evitar aquella otra vida
que logré vivir y me persigue
donde existía el Amor
y respirar era preciado.
Eché la vista atrás,
y vi cómo lo que antes aliviaba
ahora solo dañaba.
Contemplé mi rutina,
la droga,
de dos bocas que no aman,
aúllan
en la noche de un Viernes trece
mientras el mendigo de la esquina
observa cómo otra persona
lo que tiene, gasta,
en algo que no basta
sino controla
otra Alma perdida
que cree los billetes
llenan más que sentir.
Silencio,
el único que escuchaba
los sueños
de un yo perdido
en el espejo de un baño
intentando rescatar el
fantasma feliz de antaño
con el pecho descosido.
Me abrigué la Tristeza,
dejé un par de monedas
y me perdí en la última ronda
donde pacté con el diablo
al romper otras medias
(distintas a las tuyas).
-L.
Alegría desconocida.
Entré
a aquel oscuro establecimiento, más cansada que de costumbre. Era
otro viernes cualquiera. Justo al abrir la puerta, la luz del
atardecer iluminó las escasas motas de polvo que se alojaban ante
ella. El bar estaba casi vacío. Observé las mesas que se
dispersaban por el espacio y decidí no ocupar ninguna. Me senté en
la barra y pedí una botella de ron. La abrí y me encendí un
cigarrillo, al que le di un par de caladas antes de ser interrumpida
por la presencia de un chico desconocido en el taburete de al lado.
Era un muchacho joven, pero su pelo enmarañado y sus ojeras le
hacían tener un aspecto cansado. Pidió una botella de tequila y
simplemente la inclinó sobre sus labios. Observé su nuez de Adán
moverse al tragar la bebida. Segundos más tarde puso la botella
sobre la barra, pero no la soltó al instante. Noté como los
músculos de su mano y su mandíbula se tensaban ante el efecto del
alcohol, y con un suspiro soltó la botella y se llevó las manos a
la sien. De repente giró su cabeza hacia mí y una sonrisa triste
apareció en sus labios.
- Pelirroja,
jamás te había visto por aquí. ¿Qué te ha pasado para tener que
dejarte caer en este antro? - Me preguntó.
- ¿Y
a ti? - Respondí yo de manera desganada, encendiendo otro
cigarrillo.
Su
sonrisa desapareció, me arrebató el cigarrillo de los labios y lo
colocó entre los suyo.
- Este
sitio parece hecho para gente como yo. La vida no me ha sonreído
nunca, – dio una calada al cigarrillo y soltó una carcajada llena
de tristeza. - así que vengo aquí para, simplemente, olvidarme de
todo eso. Ahora, ¿me vas a contar qué es lo que te ha pasado?
Su
respuesta me sorprendió bastante. Parecía un hombre pesimista y
solitario. Sus facciones marcadas y sus anchos hombros le daban un
aspecto fuerte, pero aquella noche se dejó ver débil y derrotado,
lo que me transmitió una extraña confianza.
- ¿Por
qué vine aquí? Bien... digamos que esta noche necesitaba ahogar
las penas en alcohol barato.
Él
se empezó a reír, esta vez divertido. No sabía el motivo de su
risa, pero la curva de sus gruesos labios, sus azulísimos ojos casi
cerrados y la melodía de su ronca voz me obligó a reír con él.
Tras unas horas y unas cuantas copas de más, él me tomó de la mano y me pidió seguirle al exterior de aquel lugar. Fuera estaba lloviendo. Nos alejamos de allí y, para mi sorpresa, el soltó mi mano y empezó a cantar y bailar bajo la lluvia. Me tendió la mano, invitándome a bailar con él. Yo la cogí, me enrollé en su brazo y rodeé su cuello con los míos. Ante ese gesto se paralizó durante unos segundos, pero más tarde colocó sus manos en mi cintura y siguió mis torpes pasos de baile, elevando su barbilla y gritándole al cielo, pareciendo así la persona más feliz del mundo, y yo sonreí ante ese gesto.
Bailamos juntos toda la noche, si importarnos que nuestra ropa estuviera empapada o que sólo nos conocíamos desde hacía unas horas.
Simplemente estuvimos allí, bailando abrazados, dejándonos llevar.
Semana 10.
¡Hola hola! Disculpadnos por no escribir nada la semana pasada, ¡no conseguimos ninguna idea! Pero tranquilos, que esta semana tenemos relatos.
La idea de esta semana consiste en contar una historia en primera persona, y debe desarrollarse en un bar. El relato también debe tratar uno de estos temas: nostalgia, tristeza o arrepentimiento.
¡A trabajar chicas!
La idea de esta semana consiste en contar una historia en primera persona, y debe desarrollarse en un bar. El relato también debe tratar uno de estos temas: nostalgia, tristeza o arrepentimiento.
¡A trabajar chicas!
domingo, 1 de marzo de 2015
Cristales mutilados.
Con las pocas fuerzas de mi cuerpo resquebrajado internamente, arrojé el vaso contra la pared. Sonó y mil pedacitos de cristal saltaron en todas direcciones.
Me agaché y los miré, uno a uno, despacio, casi perdiendo el tiempo.
En cada cacho podía ver las sombras de los años que vivió conmigo ese vaso en concreto.
El día que nos mudamos, me lo dio la hija antigua dueño de esta casa. Le sonreí ampliamente, contenta, feliz, agradecida. Era un vaso precioso: azul claro con dibujos dorados en el borde superior.
En otro pedazo de cristal se reflejó el momento en el que aquella chica llamó un día a nuestra puerta y le invité a tomar un vaso de chocolate caliente en la cocina y bebí de ese vaso azul claro con dibujos dorados en el borde superior, mirándola a los ojos en todo momento.
Años y años se escurrieron hasta que un día, finalmente, ocurrió: una sombra revivía el momento en el que me tragué quién sabe cuánta agua desde este vaso, vestida, preparada y nerviosa para nuestra primera cita.
Años y años se escurrieron hasta que un día, finalmente, ocurrió: una sombra revivía el momento en el que me tragué quién sabe cuánta agua desde este vaso, vestida, preparada y nerviosa para nuestra primera cita.
¡Y cuando llegué a casa gritando, llorando de alegría porque me había besado! Un mísero contacto con sus labios bastó para volverme loca y abrazar este vaso como si él también me aturdiera. La pasión, el cariño, el amor prácticamente fueron visibles en el brillo de mis ojos y en el color de mis mejillas.
Fugazmente, se escaparon las imágenes del momento en el que me preparé mi batido favorito porque estaba feliz, ¡me quería! Sonaba a locura (y sigue sonando aún hoy).
Fugazmente, se escaparon las imágenes del momento en el que me preparé mi batido favorito porque estaba feliz, ¡me quería! Sonaba a locura (y sigue sonando aún hoy).
Visualicé en otro pedazo la utilidad que le di al vaso la noche de viernes, tiempo después de la confianza y el cariño que hubo antaño entre ambas, cuando confesó que en su corazón no estaba solo yo, que su amor no era puro y... que ya no se podía llamar amor. Devoré todo el helado que pude meter en este vaso aquella noche, llorando amargamente y viendo series que me absorbían por completo, para dejar de pensar (en ella).
Y, por último, apenas hacía unas horas que ella había llamado a mi puerta, de nuevo, intentando excusarse. Le dije que se llevara este maldito vaso, no lo quería volver a ver. A ella tampoco. Entonces, Num me dijo algo que mutiló mi interior (mucho mejor que yo el vaso): "Las dos estábamos demasiado enamoradas como para reconocerlo. Y tal vez ya sea tarde"
Dicho esto, Num se dio la vuelta y se marchó, dejando un fuerte anhelo de mi piel por su contacto físico de nuevo, añorando su olor, su presencia y el timbre de su voz.
Deseo más que nada en este mundo que ella vuelva a aparecer en la puerta de mi casa, que me ayude a recoger todo este desastre y me diga que volverá a mi lado para no dejarme sola nunca más.
Pero debo levantarme. Si alguien pisa esto, se hará una herida en el pie.
Dicho esto, Num se dio la vuelta y se marchó, dejando un fuerte anhelo de mi piel por su contacto físico de nuevo, añorando su olor, su presencia y el timbre de su voz.
Deseo más que nada en este mundo que ella vuelva a aparecer en la puerta de mi casa, que me ayude a recoger todo este desastre y me diga que volverá a mi lado para no dejarme sola nunca más.
Pero debo levantarme. Si alguien pisa esto, se hará una herida en el pie.
The show must go on.
Coloqué el meñique y el índice sobre ambas teclas, que llevaban
un rato desafiándome de manera silenciosa. Los acordes recorrían mi mente de
arriba abajo, llenándola por completo y guiándome como habían hecho siempre; la
melodía, al mismo tiempo, se enlazaba consigo misma en mi cabeza, construyendo
armonías de Debussy y Chopin, entre muchas otras.
Pero el espacio que ocupaba todo ello se limitaba
considerablemente, dejando libre una gran parte de mi imaginación que,
ignorando deliberadamente a mis instintos musicales, vagaba libre por el
pasado, una vez más.
En la partitura había figuras musicales y acordes por doquier,
pero todo ello se transformaba en recuerdos cuando trataba de comenzar con la
práctica diaria.
Pensaba en la primera vez que rozó mi mano, acercándose poco a
poco, tan cuidadoso como siempre, y sonrojándose ligeramente cuando le miré de
manera directa y profunda a los ojos, mostrando así la ausencia de vergüenza en
mí misma. Desde esos pocos pero largos segundos, supe que había encontrado la
pieza que encajaría el puzle de mi interior.
Pensaba en el transcurso de los años, siempre a su lado, en esa
pequeña aula de música. En las sonrisas discretas y los secretos entre
pasillos. En las primeras proposiciones, encuentros, confesiones. En como, poco
a poco, nos fuimos enamorando, siendo demasiado jóvenes para darnos cuenta y
demasiado tontos para que nos importase las consecuencias que ello podía
conllevar.
Y ahora, haciendo uso del egoísmo que nunca antes había sido una
de mis emociones predominantes, desearía no haberle conocido. La grandeza que
sentía a su lado no es comparable a absolutamente nada que pueda describirse
con palabras.
Pensaba en aquella tarde de noviembre, bajo la luz de las farolas
y el tímido canto de los pájaros del parque. En él, sudando y limpiándose las
manos y en los pantalones antes de sacar la pequeña cajita que contendría el
símbolo que nos enlazaría para siempre .
Pensaba en el arroz cayendo sobre nosotros cual lluvia inesperada
al salir de la Iglesia, agarrados de la mano y persiguiendo un futuro, siempre
juntos.
Pensaba en nuestras primeras palabras que acababan en besos, esos
besos en los que nuestros dientes chocaban y nuestras sonrisas abundaban.
Pensaba en la primera vez que le vi entrar por la puerta con el
piano de cola más bonito que había visto en mi vida.
En las excursiones al monte con nuestra cestita de picnic, las
carreras repentinas en medio de la calle, las discusiones sobre cual de los dos
se había terminado los cuadraditos de chocolate de la nevera.
Estiré los dedos de nuevo, posicionándolos en las teclas que tan
familiares me resultaban, pero el sonido era inexistente. No tenía fuerza
mental ni física para continuar con una rutina en la que él ya no estaba.
Pensaba en como comenzó a debilitarse poco a poco, en como
comencé a ganar las carreras callejeras, en como ya no tenía ganas de comer
prácticamente nada. En cómo casi me suplicaba que le tocase una pieza cada
noche, antes de dormir.
Pensaba en la primera vez que me atreví a rebuscar en sus
cajones, en la cara de estupefacción que se me tuvo que haber quedado cuando
leí el informe médico que encontré bajo revistas viejas y aerosoles.
Pensaba en su mano, fría y cálida al mismo tiempo, aferrándose a
la mía hasta sus últimos segundos. Y en sus ojos, verdes como el césped recién
cortado sobre el que nos contábamos nuestros secretos más íntimos a la luz de
las estrellas, cerrándose poco a poco y quitándome pedacitos de él.
Pensaba en el uniforme sonido de la máquina que estaba junto a su
camilla, en su última mirada y en como me apretó la mano con fuerza antes de
que acabase todo.
Entonces, abrí los ojos. Y mis dedos se accionaron como por arte
de magia. Comencé a deslizarme por todas y cada una de las teclas poco a poco,
y cada vez más rápido, pasando al mismo tiempo las páginas de la partitura que
se encontraba frente a mí.
Al terminar, observé los cuadros que colgaban sobre el piano.
Allí estaba él, sonriéndome de manera indescifrable, como siempre.
—El espectáculo debe continuar —dije, antes de levantarme y
avanzar por el pasillo dejando atrás al piano de cola y un cúmulo de recuerdos
que ya tenían hueco en mi interior.
Carmen Lovegood, @ItsMePato.
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