martes, 31 de marzo de 2015

Semana 13.

Por lo visto, aunque la semana pasada tuvimos una idea genial aportada por Bel, no se pudo publicar ningún relato, pero esta semana sí que publicaremos. 
Nuestra preciosa Lid ha aportado la idea de esta semana, y es la siguiente:
Escribir algo que siempre hemos querido escribir, pero que nunca hemos escrito.
¡Es hora de ponerse a trabajar!

domingo, 22 de marzo de 2015

Soñar. Soñar despiertos.

-Tropas -grita el soldadito-, atacad al enemigo a mi señal -apunta con su brazo de plástico a la masa de soldaditos que se enfrentan a su ejército-, tres, dos, uno... ¡fuego! -y caen algunos de los muñecos, derribados, heridos. Pero, claro está: no es real.
Juegan a estar heridos. No hay sonidos de disparos.
-Trooooopa -grita el comandante del ejército derribado-, desenfunden sus espadas -y todos obedecen. Esas pequeñas espadas en esas diminutas manos se alzan sobre los cascos de plástico de las figurillas de plástico, en el interior del baúl de madera.
-Tarta de fresa -llama uno de los soldados a la pelirroja sentada en la esquina más cercana a ellos, con una lámpara en forma de flor junto a ella, leyendo un libro muy interesante en su cama, con el sombrero quitado, reposando a los pies del colchón-, necesitamos más luz.
La muñeca sube la intensidad de la bombilla.
Es difícil jugar sin ver nada.
Al otro lado del baúl, lejos de la "guerra", una maestra robot enseña a su clase una loca cantidad de cosas, una detrás de otra, haciendo chistes entre medias.
Los alumnos imaginarios, visibles mientras la tapa del cofre esté cerrada, cada uno con su rasgo característico, cada uno sacado de un libro diferente, de un cuento, de una leyenda o de una película, presta atención procesando absolutamente todo lo que dice la sabia señora que se haya ante ellos.
Al mismo tiempo, una sombra oscura se apea a los bordes superiores del baúl: un monstruo de piedra que triplica su tamaño cuando nadie le mira. En frente suyo hay una serpiente a la que le crecen quince cabezas más cuando no tiene ningún par de ojos puestos encima.
Unos pasos se oyen, las zapatillas de andar por casa golpean el suelo y hacen rebotar a los soldaditos, las muñecas, los pupitres y el resto de juguetes.
-QUE VIENEEEEEEEEEE -pega un alarido el capitán de algún bando de los que luchan en la batalla con una voz lo suficientemente estruendosa como para que se oiga reverberar en toda la caja de madera.
Los juguetes, sin excepción alguna, se sumen en la oscuridad y permanecen quietos, como estatuas (o como juguetes).
-¿Estabais divirtiéndoos? -pregunta en voz alta la niña de rizos castaños al levantar la tapa de su "cajón de chorradas de críos" (como lo llama su madre). Ríe bajito, para que nadie de su familia la oiga y la tomen por loca. Los monstruos, sin que ella se de cuenta, escapan y se meten bajo la cama- ¿Cómo vais a responderme? ¡Sois plástico, y no podéis hablar! -ríe un poco más y, de repente, se calla y se queda pensativa-... ¿o sí qué podéis?...

Feliz Navidad.


La cálida luz de un Sol de invierno iluminaba a la pequeña Cati, que jugaba con trozos de tela atados entre sí, simulando una muñeca. La niña, que cantaba y movía su juguete como si este estuviera bailando, escuchó gritos y risas en el parque situado al lado de su casa. Decidió buscar una vieja caja de madera donde su mamá guardaba la ropa, la vació y la puso bajo el marco de la ventana, subiéndose a ella para mirar a los otros niños y niñas que jugaban con sus regalos de Navidad. Unos jugaban con juguetes teledirigidos, otros con enormes robots e incluso había un que otro pequeño grupo jugando con algún reluciente balón de fútbol. Cati observaba como todos ellos reían, ¡parecían tan felices con sus juguetes nuevos! De repente volvió la cabeza hacia su muñeca y pensó en el momento que su madre se la dio el día de Navidad de hacía dos años. Desde ese año no había vuelto a recibir regalos, y su familia había tenido que abandonar su casa de Colombia para venir a la casa de España, siendo esta más vieja. Su papá cada vez traía pan más duro y su mamá parecía más delgada y enferma cada día.
Siempre que Cati preguntaba por qué Santa no le había traído juguetes puesto que había sido muy buena, mamá respondía que tal vez se habían perdido por el camino, y ella le decía que era imposible, que en la carta había puesto su nueva dirección.

Aquel día unos señores malos vinieron a casa de Cati y le dijeron a su familia que ya no podían vivir en esa casa porque no habían pagado. '¿Por qué tenían que pagar?' se preguntaba ella. No entendía nada.

- Anni

Semana 11

¡Hola hola! Después de una "pequeña crisis" y un discurso inspirador de Ali aquí estamos de nuevo.

Esta semana el reto consiste en describir a alguien en 3ª persona o narrar algo desde la voz de un niño pequeño.

¡A trabajar ya!

viernes, 13 de marzo de 2015

Última ronda.

Ahogué mis penas
en el bar de siempre,
sumergiéndome en
el vacío del cristal
del vaso que creí
llenaba mi ser
de algo más
que desgaste.

Busqué otros ojos oscuros
en los que consumirme
para evitar aquella otra vida
que logré vivir y me persigue
donde existía el Amor
y respirar era preciado.

Eché la vista atrás,
y vi cómo lo que antes aliviaba
ahora solo dañaba.

Contemplé mi rutina,
la droga,
de dos bocas que no aman,
aúllan
en la noche de un Viernes trece
mientras el mendigo de la esquina
observa cómo otra persona
lo que tiene, gasta,
en algo que no basta
sino controla
otra Alma perdida
que cree los billetes
llenan más que sentir.

Silencio,
el único que escuchaba
los sueños
de un yo perdido
en el espejo de un baño
intentando rescatar el
fantasma feliz de antaño
con el pecho descosido.

Me abrigué la Tristeza,
dejé un par de monedas
y me perdí en la última ronda
donde pacté con el diablo
al romper otras medias
(distintas a las tuyas).

                                              -L.

Alegría desconocida.


Entré a aquel oscuro establecimiento, más cansada que de costumbre. Era otro viernes cualquiera. Justo al abrir la puerta, la luz del atardecer iluminó las escasas motas de polvo que se alojaban ante ella. El bar estaba casi vacío. Observé las mesas que se dispersaban por el espacio y decidí no ocupar ninguna. Me senté en la barra y pedí una botella de ron. La abrí y me encendí un cigarrillo, al que le di un par de caladas antes de ser interrumpida por la presencia de un chico desconocido en el taburete de al lado. Era un muchacho joven, pero su pelo enmarañado y sus ojeras le hacían tener un aspecto cansado. Pidió una botella de tequila y simplemente la inclinó sobre sus labios. Observé su nuez de Adán moverse al tragar la bebida. Segundos más tarde puso la botella sobre la barra, pero no la soltó al instante. Noté como los músculos de su mano y su mandíbula se tensaban ante el efecto del alcohol, y con un suspiro soltó la botella y se llevó las manos a la sien. De repente giró su cabeza hacia mí y una sonrisa triste apareció en sus labios.

Pelirroja, jamás te había visto por aquí. ¿Qué te ha pasado para tener que dejarte caer en este antro? - Me preguntó.

- ¿Y a ti? - Respondí yo de manera desganada, encendiendo otro cigarrillo.

Su sonrisa desapareció, me arrebató el cigarrillo de los labios y lo colocó entre los suyo.

- Este sitio parece hecho para gente como yo. La vida no me ha sonreído nunca, – dio una calada al cigarrillo y soltó una carcajada llena de tristeza. - así que vengo aquí para, simplemente, olvidarme de todo eso. Ahora, ¿me vas a contar qué es lo que te ha pasado?

Su respuesta me sorprendió bastante. Parecía un hombre pesimista y solitario. Sus facciones marcadas y sus anchos hombros le daban un aspecto fuerte, pero aquella noche se dejó ver débil y derrotado, lo que me transmitió una extraña confianza.

- ¿Por qué vine aquí? Bien... digamos que esta noche necesitaba ahogar las penas en alcohol barato.

Él se empezó a reír, esta vez divertido. No sabía el motivo de su risa, pero la curva de sus gruesos labios, sus azulísimos ojos casi cerrados y la melodía de su ronca voz me obligó a reír con él.
Tras unas horas y unas cuantas copas de más, él me tomó de la mano y me pidió seguirle al exterior de aquel lugar. Fuera estaba lloviendo. Nos alejamos de allí y, para mi sorpresa, el soltó mi mano y empezó a cantar y bailar bajo la lluvia. Me tendió la mano, invitándome a bailar con él. Yo la cogí, me enrollé en su brazo y rodeé su cuello con los míos. Ante ese gesto se paralizó durante unos segundos, pero más tarde colocó sus manos en mi cintura y siguió mis torpes pasos de baile, elevando su barbilla y gritándole al cielo, pareciendo así la persona más feliz del mundo, y yo sonreí ante ese gesto. 
Bailamos juntos toda la noche, si importarnos que nuestra ropa estuviera empapada o que sólo nos conocíamos desde hacía unas horas. 
Simplemente estuvimos allí, bailando abrazados, dejándonos llevar. 

Semana 10.

¡Hola hola! Disculpadnos por no escribir nada la semana pasada, ¡no conseguimos ninguna idea! Pero tranquilos, que esta semana tenemos relatos.
La idea de esta semana consiste en contar una historia en primera persona, y debe desarrollarse en un bar. El relato también debe tratar uno de estos temas: nostalgia, tristeza o arrepentimiento.

¡A trabajar chicas!

domingo, 1 de marzo de 2015

Cristales mutilados.

Con las pocas fuerzas de mi cuerpo resquebrajado internamente, arrojé el vaso contra la pared. Sonó y mil pedacitos de cristal saltaron en todas direcciones.
Me agaché y los miré, uno a uno, despacio, casi perdiendo el tiempo.
En cada cacho podía ver las sombras de los años que vivió conmigo ese vaso en concreto.
El día que nos mudamos, me lo dio la hija antigua dueño de esta casa. Le sonreí ampliamente, contenta, feliz, agradecida. Era un vaso precioso: azul claro con dibujos dorados en el borde superior.

En otro pedazo de cristal se reflejó el momento en el que aquella chica llamó un día a nuestra puerta y le invité a tomar un vaso de chocolate caliente en la cocina y bebí de ese vaso azul claro con dibujos dorados en el borde superior, mirándola a los ojos en todo momento.

Años y años se escurrieron hasta que un día, finalmente, ocurrió: una sombra revivía el momento en el que me tragué quién sabe cuánta agua desde este vaso, vestida, preparada y nerviosa para nuestra primera cita.

¡Y cuando llegué a casa gritando, llorando de alegría porque me había besado! Un mísero contacto con sus labios bastó para volverme loca y abrazar este vaso como si él también me aturdiera. La pasión, el cariño, el amor prácticamente fueron visibles en el brillo de mis ojos y en el color de mis mejillas.

Fugazmente, se escaparon las imágenes del momento en el que me preparé mi batido  favorito porque estaba feliz, ¡me quería! Sonaba a locura (y sigue sonando aún hoy).

Visualicé en otro pedazo la utilidad que le di al vaso la noche de viernes, tiempo después de la confianza y el cariño que hubo antaño entre ambas, cuando confesó que en su corazón no estaba solo yo, que su amor no era puro y... que ya no se podía llamar amor. Devoré todo el helado que pude meter en este vaso aquella noche, llorando amargamente y viendo series que me absorbían por completo, para dejar de pensar (en ella).

Y, por último, apenas hacía unas horas que ella había llamado a mi puerta, de nuevo, intentando excusarse. Le dije que se llevara este maldito vaso, no lo quería volver a ver. A ella tampoco. Entonces, Num me dijo algo que mutiló mi interior (mucho mejor que yo el vaso): "Las dos estábamos demasiado enamoradas como para reconocerlo. Y tal vez ya sea tarde"
Dicho esto, Num se dio la vuelta y se marchó, dejando un fuerte anhelo de mi piel por su contacto físico de nuevo, añorando su olor, su presencia y el timbre de su voz.
Deseo más que nada en este mundo que ella vuelva a aparecer en la puerta de mi casa, que me ayude a recoger todo este desastre y me diga que volverá a mi lado para no dejarme sola nunca más.

Pero debo levantarme. Si alguien pisa esto, se hará una herida en el pie.

The show must go on.


Coloqué el meñique y el índice sobre ambas teclas, que llevaban un rato desafiándome de manera silenciosa. Los acordes recorrían mi mente de arriba abajo, llenándola por completo y guiándome como habían hecho siempre; la melodía, al mismo tiempo, se enlazaba consigo misma en mi cabeza, construyendo armonías de Debussy y Chopin, entre muchas otras.
Pero el espacio que ocupaba todo ello se limitaba considerablemente, dejando libre una gran parte de mi imaginación que, ignorando deliberadamente a mis instintos musicales, vagaba libre por el pasado, una vez más.
En la partitura había figuras musicales y acordes por doquier, pero todo ello se transformaba en recuerdos cuando trataba de comenzar con la práctica diaria.
Pensaba en la primera vez que rozó mi mano, acercándose poco a poco, tan cuidadoso como siempre, y sonrojándose ligeramente cuando le miré de manera directa y profunda a los ojos, mostrando así la ausencia de vergüenza en mí misma. Desde esos pocos pero largos segundos, supe que había encontrado la pieza que encajaría el puzle de mi interior.
Pensaba en el transcurso de los años, siempre a su lado, en esa pequeña aula de música. En las sonrisas discretas y los secretos entre pasillos. En las primeras proposiciones, encuentros, confesiones. En como, poco a poco, nos fuimos enamorando, siendo demasiado jóvenes para darnos cuenta y demasiado tontos para que nos importase las consecuencias que ello podía conllevar.
Y ahora, haciendo uso del egoísmo que nunca antes había sido una de mis emociones predominantes, desearía no haberle conocido. La grandeza que sentía a su lado no es comparable a absolutamente nada que pueda describirse con palabras.
Pensaba en aquella tarde de noviembre, bajo la luz de las farolas y el tímido canto de los pájaros del parque. En él, sudando y limpiándose las manos y en los pantalones antes de sacar la pequeña cajita que contendría el símbolo que nos enlazaría para siempre .
Pensaba en el arroz cayendo sobre nosotros cual lluvia inesperada al salir de la Iglesia, agarrados de la mano y persiguiendo un futuro, siempre juntos.
Pensaba en nuestras primeras palabras que acababan en besos, esos besos en los que nuestros dientes chocaban y nuestras sonrisas abundaban.
Pensaba en la primera vez que le vi entrar por la puerta con el piano de cola más bonito que había visto en mi vida.
En las excursiones al monte con nuestra cestita de picnic, las carreras repentinas en medio de la calle, las discusiones sobre cual de los dos se había terminado los cuadraditos de chocolate de la nevera.
Estiré los dedos de nuevo, posicionándolos en las teclas que tan familiares me resultaban, pero el sonido era inexistente. No tenía fuerza mental ni física para continuar con una rutina en la que él ya no estaba.
Pensaba en como comenzó a debilitarse poco a poco, en como comencé a ganar las carreras callejeras, en como ya no tenía ganas de comer prácticamente nada. En cómo casi me suplicaba que le tocase una pieza cada noche, antes de dormir.
Pensaba en la primera vez que me atreví a rebuscar en sus cajones, en la cara de estupefacción que se me tuvo que haber quedado cuando leí el informe médico que encontré bajo revistas viejas y aerosoles.
Pensaba en su mano, fría y cálida al mismo tiempo, aferrándose a la mía hasta sus últimos segundos. Y en sus ojos, verdes como el césped recién cortado sobre el que nos contábamos nuestros secretos más íntimos a la luz de las estrellas, cerrándose poco a poco y quitándome pedacitos de él.
Pensaba en el uniforme sonido de la máquina que estaba junto a su camilla, en su última mirada y en como me apretó la mano con fuerza antes de que acabase todo.
Entonces, abrí los ojos. Y mis dedos se accionaron como por arte de magia. Comencé a deslizarme por todas y cada una de las teclas poco a poco, y cada vez más rápido, pasando al mismo tiempo las páginas de la partitura que se encontraba frente a mí.
Al terminar, observé los cuadros que colgaban sobre el piano. Allí estaba él, sonriéndome de manera indescifrable, como siempre.

—El espectáculo debe continuar —dije, antes de levantarme y avanzar por el pasillo dejando atrás al piano de cola y un cúmulo de recuerdos que ya tenían hueco en mi interior.

Carmen Lovegood, @ItsMePato.