domingo, 1 de marzo de 2015

Cristales mutilados.

Con las pocas fuerzas de mi cuerpo resquebrajado internamente, arrojé el vaso contra la pared. Sonó y mil pedacitos de cristal saltaron en todas direcciones.
Me agaché y los miré, uno a uno, despacio, casi perdiendo el tiempo.
En cada cacho podía ver las sombras de los años que vivió conmigo ese vaso en concreto.
El día que nos mudamos, me lo dio la hija antigua dueño de esta casa. Le sonreí ampliamente, contenta, feliz, agradecida. Era un vaso precioso: azul claro con dibujos dorados en el borde superior.

En otro pedazo de cristal se reflejó el momento en el que aquella chica llamó un día a nuestra puerta y le invité a tomar un vaso de chocolate caliente en la cocina y bebí de ese vaso azul claro con dibujos dorados en el borde superior, mirándola a los ojos en todo momento.

Años y años se escurrieron hasta que un día, finalmente, ocurrió: una sombra revivía el momento en el que me tragué quién sabe cuánta agua desde este vaso, vestida, preparada y nerviosa para nuestra primera cita.

¡Y cuando llegué a casa gritando, llorando de alegría porque me había besado! Un mísero contacto con sus labios bastó para volverme loca y abrazar este vaso como si él también me aturdiera. La pasión, el cariño, el amor prácticamente fueron visibles en el brillo de mis ojos y en el color de mis mejillas.

Fugazmente, se escaparon las imágenes del momento en el que me preparé mi batido  favorito porque estaba feliz, ¡me quería! Sonaba a locura (y sigue sonando aún hoy).

Visualicé en otro pedazo la utilidad que le di al vaso la noche de viernes, tiempo después de la confianza y el cariño que hubo antaño entre ambas, cuando confesó que en su corazón no estaba solo yo, que su amor no era puro y... que ya no se podía llamar amor. Devoré todo el helado que pude meter en este vaso aquella noche, llorando amargamente y viendo series que me absorbían por completo, para dejar de pensar (en ella).

Y, por último, apenas hacía unas horas que ella había llamado a mi puerta, de nuevo, intentando excusarse. Le dije que se llevara este maldito vaso, no lo quería volver a ver. A ella tampoco. Entonces, Num me dijo algo que mutiló mi interior (mucho mejor que yo el vaso): "Las dos estábamos demasiado enamoradas como para reconocerlo. Y tal vez ya sea tarde"
Dicho esto, Num se dio la vuelta y se marchó, dejando un fuerte anhelo de mi piel por su contacto físico de nuevo, añorando su olor, su presencia y el timbre de su voz.
Deseo más que nada en este mundo que ella vuelva a aparecer en la puerta de mi casa, que me ayude a recoger todo este desastre y me diga que volverá a mi lado para no dejarme sola nunca más.

Pero debo levantarme. Si alguien pisa esto, se hará una herida en el pie.

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