Coloqué el meñique y el índice sobre ambas teclas, que llevaban
un rato desafiándome de manera silenciosa. Los acordes recorrían mi mente de
arriba abajo, llenándola por completo y guiándome como habían hecho siempre; la
melodía, al mismo tiempo, se enlazaba consigo misma en mi cabeza, construyendo
armonías de Debussy y Chopin, entre muchas otras.
Pero el espacio que ocupaba todo ello se limitaba
considerablemente, dejando libre una gran parte de mi imaginación que,
ignorando deliberadamente a mis instintos musicales, vagaba libre por el
pasado, una vez más.
En la partitura había figuras musicales y acordes por doquier,
pero todo ello se transformaba en recuerdos cuando trataba de comenzar con la
práctica diaria.
Pensaba en la primera vez que rozó mi mano, acercándose poco a
poco, tan cuidadoso como siempre, y sonrojándose ligeramente cuando le miré de
manera directa y profunda a los ojos, mostrando así la ausencia de vergüenza en
mí misma. Desde esos pocos pero largos segundos, supe que había encontrado la
pieza que encajaría el puzle de mi interior.
Pensaba en el transcurso de los años, siempre a su lado, en esa
pequeña aula de música. En las sonrisas discretas y los secretos entre
pasillos. En las primeras proposiciones, encuentros, confesiones. En como, poco
a poco, nos fuimos enamorando, siendo demasiado jóvenes para darnos cuenta y
demasiado tontos para que nos importase las consecuencias que ello podía
conllevar.
Y ahora, haciendo uso del egoísmo que nunca antes había sido una
de mis emociones predominantes, desearía no haberle conocido. La grandeza que
sentía a su lado no es comparable a absolutamente nada que pueda describirse
con palabras.
Pensaba en aquella tarde de noviembre, bajo la luz de las farolas
y el tímido canto de los pájaros del parque. En él, sudando y limpiándose las
manos y en los pantalones antes de sacar la pequeña cajita que contendría el
símbolo que nos enlazaría para siempre .
Pensaba en el arroz cayendo sobre nosotros cual lluvia inesperada
al salir de la Iglesia, agarrados de la mano y persiguiendo un futuro, siempre
juntos.
Pensaba en nuestras primeras palabras que acababan en besos, esos
besos en los que nuestros dientes chocaban y nuestras sonrisas abundaban.
Pensaba en la primera vez que le vi entrar por la puerta con el
piano de cola más bonito que había visto en mi vida.
En las excursiones al monte con nuestra cestita de picnic, las
carreras repentinas en medio de la calle, las discusiones sobre cual de los dos
se había terminado los cuadraditos de chocolate de la nevera.
Estiré los dedos de nuevo, posicionándolos en las teclas que tan
familiares me resultaban, pero el sonido era inexistente. No tenía fuerza
mental ni física para continuar con una rutina en la que él ya no estaba.
Pensaba en como comenzó a debilitarse poco a poco, en como
comencé a ganar las carreras callejeras, en como ya no tenía ganas de comer
prácticamente nada. En cómo casi me suplicaba que le tocase una pieza cada
noche, antes de dormir.
Pensaba en la primera vez que me atreví a rebuscar en sus
cajones, en la cara de estupefacción que se me tuvo que haber quedado cuando
leí el informe médico que encontré bajo revistas viejas y aerosoles.
Pensaba en su mano, fría y cálida al mismo tiempo, aferrándose a
la mía hasta sus últimos segundos. Y en sus ojos, verdes como el césped recién
cortado sobre el que nos contábamos nuestros secretos más íntimos a la luz de
las estrellas, cerrándose poco a poco y quitándome pedacitos de él.
Pensaba en el uniforme sonido de la máquina que estaba junto a su
camilla, en su última mirada y en como me apretó la mano con fuerza antes de
que acabase todo.
Entonces, abrí los ojos. Y mis dedos se accionaron como por arte
de magia. Comencé a deslizarme por todas y cada una de las teclas poco a poco,
y cada vez más rápido, pasando al mismo tiempo las páginas de la partitura que
se encontraba frente a mí.
Al terminar, observé los cuadros que colgaban sobre el piano.
Allí estaba él, sonriéndome de manera indescifrable, como siempre.
—El espectáculo debe continuar —dije, antes de levantarme y
avanzar por el pasillo dejando atrás al piano de cola y un cúmulo de recuerdos
que ya tenían hueco en mi interior.
Carmen Lovegood, @ItsMePato.
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