-Hey, chicos, ¿alguno se había dado cuenta de que ahora somos más? -preguntó el taxista con el calcetín rojo colgándole de la manga.
-Yo sí, esta loca no deja de crearnos -respondió la niña de pelo rizado con sus soldaditos en las manos, malhumorada.
-Chicos, ¿no pensáis que deberíamos buscar alguna manera de comunicarnos con ella para decirle que le cambie la ropa a esa tribu de tuaregs? -comparte Iria en voz alta, expulsando aliento con olor a pescado al hablar, recibiendo varios asentimientos generales como respuesta-. Hace tiempo ya que no huelen muy bien...
-Joven -una vieja que murmuraba insultos en francés a ratos interrumpió a un chico en medio de su calada-, ¿puedes morirte de una vez por fumar tanto?
Estaba a punto de contestar el chico cuando más como ellos se materializaron a su lado. Y no sólo eran dobles de la vieja y del chico, si no que eran dobles de la niña, de Iria, del taxista, de la tribu de tuaregs... y de todos.
Todos tenían sus dobles.
-Se volverá loca ella misma si sigue creando más personajes... -grita Ann Dublain entre la multitud.
-Sí, tenemos que llegar a ella y decírselo -habla una adolescente con una barra de pan bajo el brazo.
-Tengo una idea... -comentó Rogus, el payaso, con el león que lo asesinó a su lado en una jaula.
-Eso no es una opción -exclamaron a coro la pareja que quedó encerrada en su casa el día de Halloween.
-Algunas veces, deseo que nuestra creadora fuera algo más normal, menos... extraña a la hora de crearnos. -Gimoteó el pingüino, el mejor amigo del reno, en una esquina, ignorando el problema de los dobles- ¡Miradme, hasta puedo hablar!
-¿Has perdido la cabeza? -berreó el híbrido entre lobo y humano, sujetando a una niña con su camisón hecho jirones entre sus zarpas- Mejor que nos haya creado así, ¡no tenemos comparación!
-Estoy de acuerdo con eso último; mi nombre no se le pasa por la cabeza A NADIE (salvo a ella) -comentó Piluflominiacuaticediliopiominkiflowers.
-Pues a mí que me hizo un sueño fracasado y quiero hacérselo pagar; yo habría llegado lejísimos... -se lamentó Biruja.
-Amigos, tenemos que hacer algo ahora mismo -tronó la voz del hombre que robaba la imaginación (y se oyó el eco de su doble resonar).
Se produjo un silencio general. Bien pudo ser porque aquel personaje tan siniestro intimidaba mucho o bien porque todos (los dobles incluidos) necesitaban a su escritora y creadora para tomar una decisión.
-Hay que ser realistas -vociferó Amelia, disfrazada de Tauriel, como si siguiera en aquella convención de El Hobbit todavía-, miraos a vosotros mismos y ved que seguís igual que entre las líneas donde exististeis una vez antaño. Estamos olvidados por completo. No tenemos remedio. Y si para ella no existimos, no tenemos nada que hacer.
-Es un caso perdido -suspiró la vikinga que tenía pinta de haber sido sacada de una guerra.
¡Hola! Somos las creadoras de historias. En este "proyecto", cada semana se planteará una idea y a partir de ahí se escribirán diversos relatos e historias que serán publicados el domingo. También podéis decirnos lo que pensáis de nuestras entradas, ¡toda opinión es bienvenida! Podéis hacerlo mediante comentarios o enviándonos un correo a creadorasdehistorias@gmail.com
domingo, 26 de abril de 2015
martes, 21 de abril de 2015
Semana 15.
El reto de esta semana era crear un relato sobre cómo nos verían nuestros personajes mientras les creamos.
¡A trabajar!
¡A trabajar!
lunes, 13 de abril de 2015
Invitación a la libertad.
Un
joven muchacho, el que supuse que era bailarín, danzaba sobre una
vieja tarima. Sus puntas, viejas y estropeadas, se ajustaban
perfectamente a la elegante postura de sus pies, los cuales movía
con gran destreza. Si mirabas de cerca las puntas, podías notar cómo
estas resbalaban en ellos, ajustándose perfectamente a sus
movimientos y permitiéndole bailar de la manera que él quería. Los
lazos que las ceñían a sus pies ascendían por sus tobillos y con
cada movimiento se aflojaban de una forma casi imperceptible.
La
tarima temblaba y crujía cada vez que las puntas del muchacho
entraban en contacto con ella, en cada paso, en cada salto e incluso
cuando paraba a descansar. Era una tarima de bambú (o de algo
parecido a ello) que se encontraba dentro de una vieja casa de estilo
japonés, la cual había sido abandonada unos cuantos años atrás.
Sus endebles puertas correderas de papel de arroz vibraban con los
suspiros de nuestro artista y cuando este se dejaba caer al suelo
incluso parecían a punto de romperse. Supuse también que le gustaba
ir allí a bailar porque, si la casa estuviese viva, esta lo acogería
para dejarlo bailar libremente y sin críticos que le dijeran cómo
hacerlo.
domingo, 12 de abril de 2015
Arte II.
Los asientos eran prácticamente
invisibles a la vista humana, teniendo en cuenta la cantidad de gente que
ocupaba estos. Cualquiera que hubiese visto la escena desde lejos habría
pensado que se trataba de alguna manifestación, en lugar de un recital de
piano.
Las voces se hicieron suaves a
medida que se iba abriendo el telón con lentitud.
Cuando alcancé a ver a la chica, no
se escuchaba ni a una mosca en la pequeña sala.
Avanzó hacia el instrumento, sus
tacones repiqueteando, su pelo recogido en un moño elegante, sus manos
sujetando las partituras— completamente rígidas.
Se sentó en el pequeño banquito,
dejando caer el vestido de seda negro hacia un lado, sin una sola arruga en la
tela.
Suavemente, apoyó sus finos dedos
sobre las enormes teclas de aquel piano de cola, y el espectáculo dio por
comenzado.
Miré a mi alrededor, observando como
todo el mundo tenía la boca abierta ante semejante interpretación, hasta acabar
posando mis ojos en el guardia de seguridad que se encontraba a los pies del
escenario, tapado por la oscuridad que inundaba todo el teatro con excepción
del escenario en su totalidad. Parecía aburrido —casi acostumbrado a la rutina
de aguantar recitales, conciertos, obras de teatro y actuaciones artísticas en
general.
Dos enormes surcos colgaban bajo sus
ojos, demostrando el cansancio que su trabajo podía llegar a generar. (O a lo
mejor tenía problemas personales. Todos somos humanos, ¿no? Claro que sí. Era
una posibilidad). Su mentón permanecía completamente quieto. Se le podría haber
llegado a confundir con una estatua de no haberle visto rascándose el brazo
izquierdo constantemente.
Era joven, probablemente no llegaría
a los treinta años, y el uniforme le quedaba bastante suelto, por lo que
suponía que su constitución era delgada.
Mi vista estaba clavada en el
guardia, el concierto tan solo parecía un entretenimiento auditivo en
comparación con las posibilidades de vida que podría tener el hombre.
¿Y si era homosexual? ¿Y si era
mudo? ¿Y si tenía una esposa y dos hijos preciosos? ¿Y si aún estaba
estudiando? ¿Y si le faltaba el dedo pequeño del pie derecho?
Ahora mismo no podía contenerme,
quería descubrir si realmente tendría todos los dedos de los pies.
Me pilló por sorpresa la mirada que
me dirigió repentinamente, pero había algo que me impedía apartar mis ojos de
los suyos. Aunque estaba todo oscuro, supe de qué color eran (verde oscuros), y
supe lo que transmitía su mirada (melancolía), y también supe que le quería.
—Es precioso —dijo mi hermana,
enjugándose las lágrimas.
—Lo sé —contesté, a sabiendas de que
no nos referíamos al mismo espectáculo.
Y así me pasé mirándole durante toda
la hora que duró el recital, razón por la cual me quedé muda cuando mi hermana
me preguntó sobre la actuación de la pianista.
Las personas comenzaron a
aglomerarse a la salida del teatro, y el nerviosismo me mataba por dentro — al
cerrarse el telón, no vi al chico, y ahora tampoco le encontraba.
Este era el último turno de
actuaciones, por lo que tendría que terminar de trabajar ya. O al menos, eso
creía.
—¿Vienes? Me voy a casa ya — me
comunicó mi hermana.
—No, voy a encontrarme con un amigo
— respondí, sin saber muy bien si se me había ido la cabeza o si simplemente
estaba soñando.
—De acuerdo — dijo ella.
Me senté en el muro de piedra que se
encontraba junto a los enormes jardines que te daban la bienvenida al teatro y
jugueteé con una vieja moneda de plata que llevaba guardando desde hace años.
Una sombra apareció delante de mí, y
no tuve que alzar la cabeza para saber de quién se trataba.
—Hola.
—Hola.
—…
—Te estaba esperando.
—Yo a ti también.
Fue entonces cuando levanté la vista
para encontrarme con los profundos ojos verdes que llevaban inspeccionándome
durante toda la noche.
—Por fin te encuentro —dijo,
acercándose aún más.
—Sí — respondí— después de tanto
tiempo.
Ambos supimos que todo
había comenzado mucho antes de esa noche estrellada de finales de junio.
Arte I.
El frío chocaba dolorosamente contra mi cuello,
haciéndome replantearme una y otra vez el por qué del constante olvido que
invadía mi mente. En mi cabeza tan solo cabía espacio para el recuerdo del
resultado del examen y de la cara que pondrían mis padres al enterarse de mi
suspenso. Continué caminando ensimismado hacia la parada del bus cuando me di
cuenta de que salía en menos de un minuto. Mis pies reaccionaron antes de que
el cálculo mental del tiempo que necesitaba y el espacio que tenía que recorrer
terminase, forzándome a correr como hacía tiempo que no corría.
Llegué justo cuando el humo del vehículo se reía de
mí, casi manchándome con su burla. Otra risa más ligera se unió al bochorno que
ya sentía en mi interior, despertándome de la ensoñación en la que me
encontraba.
Al girarme, descubrí a una niña pequeña envuelta en
un abrigo enorme y casi tapada completamente por sus ricitos rubios; su risa y
su pequeño dedito índice señalándome me obligaron a dejar escapar una sonrisa
antes de ponerme serio de nuevo.
—Eres gracioso — dijo la niña, a la par que se tapaba
la boca con ambas manos, como si hubiese dicho algo imposible, y se le tornaba
la cara de rojo.
—¿Lo soy? —dije, acercándome a ella.
—No hablaba de ti — dijo, confundida, señalando de
nuevo con el dedo.
Tan solo tuve que mirar hacia mi derecha para reparar
en lo que la niña estaba pensando: a mi lado se encontraba un mimo imitando mi
estúpida reacción al correr detrás del autobús y, por lo visto, lo estaba
haciendo muy bien, ya que varias personas se habían parado a mirarle y estaban
riéndose de su actuación. Me di cuenta del impacto que habían provocado sus
movimientos en el público cuando comenzó a llegar aún más gente, cogiendo sus
teléfonos móviles y sacando fotos y vídeos del artista.
Era el centro de atención.
Me giré de nuevo para volver a hablar con la pequeña
que me había conquistado, pero esta había desaparecido. Comencé a ponerme
nervioso. La gente continuaba acercándose y haciendo aún más imposible mi
operación de encontrar a la pequeña, y el miedo siguió creciendo en mi interior. Era tan diminuta y las personas comenzaban a abundar de tal manera… podría hacerse daño.
Antes de que me diese un ataque psicótico y de que
llamase a la policía para que buscasen a la imitadora de Ricitos de Oro, divisé
un tirabuzón rubio en el aire. Al fijarme mejor, me di cuenta de que la niña
estaba subida a la pela del que parecía ser su padre. Reía y reía, sin parar de
señalar con el dedo a casi todo el mundo y jugando con sus guantes. Sus
mejillas enrojecían cada vez más. Parecía tan feliz …
Me senté en la parada del bus y estuve ahí,
observando a la niña más bonita que había visto jamás riendo y disfrutando de
la infancia como nadie. Fue entonces cuando me di cuenta de lo sencillo que era todo, lo
sencilla que era la vida. Y, de manera inesperada, las carcajadas comenzaron a
salir solas y sin control, uniéndome a la marea de gente que observaba al mimo.
martes, 7 de abril de 2015
Semana 14.
¡Hola de nuevo! La idea de esta semana la ofrece la genialísima Ali, y se trata de imaginar la presencia de algún objeto o persona considerado artístico e identificarlo como tal, pero admirando aún más algún otro detalle de su alrededor (tal como el atrezzo y personajes secundarios escondidos o en segundo plano). Es algo complicado y muy diferente a lo que hemos hecho hasta ahora, lo que lo hace aún más emocionante. ¡Estamos trabajando en ello!
Hasta el domingo :)
Hasta el domingo :)
domingo, 5 de abril de 2015
A mí también me sobra cordura.
Todos tienen un rasgo en común: tienen sobre qué escribir.
¿Y yo? ¡Yo nada!
Imaginad si escribo lo que quiero decir en voz alta, lo que callo trescientos sesenta y cinco días al año; me tomarían por loca. Loca "de verdad", como dice la gente. Acabaría con un psiquiatra intentando explicarme por qué los unicornios no son reales, por qué los arco iris terminan y ya está, sin oro ni leprechauns al final, por qué no vemos dragones volando en nuestros cielos por las mañanas y por las tardes.
¡Menuda locura!
¿Y yo? ¡Yo nada!
Imaginad que acabo con la vida de alguien; me encerrarían entre paredes dándome medicación para "permanecer sana". Me llamarían insana, loca. Destruirían mi mente, me destruirían, mutilarían otro de su misma raza pero que es algo diferente a ellos.
¡Menuda locura!
¿Y yo? ¡Yo nada!
Imaginad que me rebelo; saldría en las noticias, mi cara, mis ideales y mis gritos. Estaría en periódicos, en las bocas en las comidas familiares recibiendo insultos de toda clase.
¡Menuda locura!
¿Y yo? ¡Yo nada!
Imaginad que dejáis de afirmar que todo eso que no existe para vosotros no existe realmente.
Entonces, sólo entonces, alguien diría "¿Y la cordura?". Sería el momento de responder, gritaría la respuesta a los cuatro vientos sin avergonzarme de nada: Aún sobra lo que vosotros llamáis cordura. La única reacción que recibiría de aquellos que considero ignorantes sería una frase que está en todas partes, en todos los países, en todo tipo de seres humanos, viejos y jóvenes, y es una "lección" que se inculca desde que ni siquiera tenemos consciencia de ella (y que considero totalmente falsa):
¿Y yo? ¡Yo nada!
Imaginad si escribo lo que quiero decir en voz alta, lo que callo trescientos sesenta y cinco días al año; me tomarían por loca. Loca "de verdad", como dice la gente. Acabaría con un psiquiatra intentando explicarme por qué los unicornios no son reales, por qué los arco iris terminan y ya está, sin oro ni leprechauns al final, por qué no vemos dragones volando en nuestros cielos por las mañanas y por las tardes.
¡Menuda locura!
¿Y yo? ¡Yo nada!
Imaginad que acabo con la vida de alguien; me encerrarían entre paredes dándome medicación para "permanecer sana". Me llamarían insana, loca. Destruirían mi mente, me destruirían, mutilarían otro de su misma raza pero que es algo diferente a ellos.
¡Menuda locura!
¿Y yo? ¡Yo nada!
Imaginad que me rebelo; saldría en las noticias, mi cara, mis ideales y mis gritos. Estaría en periódicos, en las bocas en las comidas familiares recibiendo insultos de toda clase.
¡Menuda locura!
¿Y yo? ¡Yo nada!
Imaginad que dejáis de afirmar que todo eso que no existe para vosotros no existe realmente.
Entonces, sólo entonces, alguien diría "¿Y la cordura?". Sería el momento de responder, gritaría la respuesta a los cuatro vientos sin avergonzarme de nada: Aún sobra lo que vosotros llamáis cordura. La única reacción que recibiría de aquellos que considero ignorantes sería una frase que está en todas partes, en todos los países, en todo tipo de seres humanos, viejos y jóvenes, y es una "lección" que se inculca desde que ni siquiera tenemos consciencia de ella (y que considero totalmente falsa):
¡Menuda locura!
Relojes rotos.
Son las cuatro, es de noche.
Y yo despierto, huyendo de los
sueños.
Son las siete, sigo cuerdo.
Me levanto a por melancolía
sin azúcar.
Son las nueve, no hay nubes.
Y a pesar de todo, huele a día
gris.
Son las once, salgo fuera.
El aire sucio invade mis
pulmones.
Son las una, veo visiones.
Y persigo a una chica rubia.
No eres tú.
Son las tres, tengo hambre.
Es inútil, sólo tus besos me
sacian.
Son las cinco, cierro los
ojos.
Vuelvo a abrirlos. Creo
escuchar tu risa.
Son las siete, hace viento.
Hace tiempo que no vuelo.
Son las nueve, tengo frío.
Y Bob Dylan me canta al oído.
Son las once, tengo miedo.
La cama está fría en el lado
derecho.
Son las una, pasa el tiempo.
Y yo soy náufrago, anclado en
los recuerdos.
Son las tres, la Luna me mira.
Le he mentido. Le he dicho que
ya no te quiero.
Atrapada.
Atrapada. No había otra palabra
para explicar la sensación de opresión que sentía en el pecho; la misma
sensación que poco a poco se iba expandiendo a lo largo de mi cuerpo y me
provocaba náuseas al mirarme al espejo. El reflejo que me devolvía el cristal que
tenía delante de mí no correspondía con la persona que realmente era. Sentía
que todo era un sueño, una ilusión, que
esa pesadilla acabaría algún día.
Pocos entendían lo que me pasaba, y
ninguna de esas personas eran cercanas, ni se ofrecerían a tenderme su hombro
para llorar. No. Tampoco era culpa de ellos; no sabían de mi existencia.
Convencerme a mí misma de que todo
iba bien se estaba convirtiendo en un hábito que me ahogaba internamente, cada
día más. El único momento del día en el que me sentía cómoda era cuando
bailaba.
Horas y horas invertidas en esa
vieja clase de ballet medio rota y repleta de humedad, practicando una y otra
vez, sin cesar, los mismos pasos. Cuando por fin me salía, daba saltos de
alegría, e incluso una vez llegué a llorar de felicidad.
Pero todo terminó aquella tarde de
primavera. El verano estaba cada vez más cerca, más de lo que parecía, a todos
nos había pillado por sorpresa ese repentino calor.
Yo estaba practicando uno de los
movimientos más complicados que había intentado hasta el momento. Sabía que
estaba a punto de lograrlo; tan sólo necesitaba que los pasos fueran más
firmes, más precisos.
Fue entonces cuando la puerta,
inusualmente, se abrió de par en par, mostrándome la cara de mi padre, seguido
por unos clientes, supuse, a los que iba a enseñar el local. El resto son tan
sólo recuerdos borrosos, pero no he olvidado la desfiguración repentina que se
le produjo a mi padre en la cara. Ni cómo echó a los clientes como a agua sucia
para, seguidamente, darme una paliza. Llegó un momento en el que los golpes
dejaron de doler, la sangre continuaba corriendo, y me centraba en ella para no
desfallecer. “Observa como se mueve, de un lado a otro” me decía a mí misma constantemente.
Lo último que alcancé a escuchar de
la boca de mi padre fueron las agrias palabras que, desde ese día, me ha
repetido una y otra vez:
—Eres una vergüenza para esta
familia, Marc.
No lo entiende, tampoco le culpo.
Es complejo. Me llama gay, maricón, niñita y muchos más términos despectivos
atribuyéndome una homosexualidad que no es cierta. No soy homosexual. Me gustan
los chicos, es cierto, pero yo no soy uno de ellos. Soy mujer, siempre lo he
sido. Me gustaría transmitirle a mi padre la sensación de estar atrapado en un
cuerpo que no es el tuyo, la sensación de estar incómoda las veinticuatro horas
del día, día tras día, mes tras mes… Y así durante diecisiete años de mi vida.
Me gustaría poder hacerle entenderlo, pero no le culpo por ello. Yo misma estoy
tratando de comprender por qué tengo que estar condenada a vivir en esta cárcel
corpórea.
Las cosas están cambiando. Mamá ha
vuelto, después de diez años. Ha vuelto por mí. Hemos estado hablando. Ella
tampoco lo entiende, pero me apoya. Ha dicho que me ayudará a ahorrar para la
operación. Papá ha desaparecido de mi vida. Convencí a mamá para que no le
denunciase por violencia doméstica, pero aún así ella me obligó a mudarme a su
casa del sur.
Todo va mejorando, y la incomodidad
desciende por días. La operación tuvo lugar un martes por la mañana. Fue duro y
bastante extraño encontrarme a mí misma por fin en el cuerpo que tantos años llevaba
esperando, pero ya no sentía que las cosas estaban mal; al contrario, todo iba
al ritmo que debía. Todo ocurría como debía ocurrir. Yo era yo, por fin.
Comencé la universidad y conocí a
un chico. Ahora estamos… juntos. Me costó mucho contarle mi historia (nadie la
sabía). Después de dos años a su lado, me animé. Vamos a casarnos.
Sí, soy una mujer.
Carmen Lovegood (@ItsMePato).
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