Los asientos eran prácticamente
invisibles a la vista humana, teniendo en cuenta la cantidad de gente que
ocupaba estos. Cualquiera que hubiese visto la escena desde lejos habría
pensado que se trataba de alguna manifestación, en lugar de un recital de
piano.
Las voces se hicieron suaves a
medida que se iba abriendo el telón con lentitud.
Cuando alcancé a ver a la chica, no
se escuchaba ni a una mosca en la pequeña sala.
Avanzó hacia el instrumento, sus
tacones repiqueteando, su pelo recogido en un moño elegante, sus manos
sujetando las partituras— completamente rígidas.
Se sentó en el pequeño banquito,
dejando caer el vestido de seda negro hacia un lado, sin una sola arruga en la
tela.
Suavemente, apoyó sus finos dedos
sobre las enormes teclas de aquel piano de cola, y el espectáculo dio por
comenzado.
Miré a mi alrededor, observando como
todo el mundo tenía la boca abierta ante semejante interpretación, hasta acabar
posando mis ojos en el guardia de seguridad que se encontraba a los pies del
escenario, tapado por la oscuridad que inundaba todo el teatro con excepción
del escenario en su totalidad. Parecía aburrido —casi acostumbrado a la rutina
de aguantar recitales, conciertos, obras de teatro y actuaciones artísticas en
general.
Dos enormes surcos colgaban bajo sus
ojos, demostrando el cansancio que su trabajo podía llegar a generar. (O a lo
mejor tenía problemas personales. Todos somos humanos, ¿no? Claro que sí. Era
una posibilidad). Su mentón permanecía completamente quieto. Se le podría haber
llegado a confundir con una estatua de no haberle visto rascándose el brazo
izquierdo constantemente.
Era joven, probablemente no llegaría
a los treinta años, y el uniforme le quedaba bastante suelto, por lo que
suponía que su constitución era delgada.
Mi vista estaba clavada en el
guardia, el concierto tan solo parecía un entretenimiento auditivo en
comparación con las posibilidades de vida que podría tener el hombre.
¿Y si era homosexual? ¿Y si era
mudo? ¿Y si tenía una esposa y dos hijos preciosos? ¿Y si aún estaba
estudiando? ¿Y si le faltaba el dedo pequeño del pie derecho?
Ahora mismo no podía contenerme,
quería descubrir si realmente tendría todos los dedos de los pies.
Me pilló por sorpresa la mirada que
me dirigió repentinamente, pero había algo que me impedía apartar mis ojos de
los suyos. Aunque estaba todo oscuro, supe de qué color eran (verde oscuros), y
supe lo que transmitía su mirada (melancolía), y también supe que le quería.
—Es precioso —dijo mi hermana,
enjugándose las lágrimas.
—Lo sé —contesté, a sabiendas de que
no nos referíamos al mismo espectáculo.
Y así me pasé mirándole durante toda
la hora que duró el recital, razón por la cual me quedé muda cuando mi hermana
me preguntó sobre la actuación de la pianista.
Las personas comenzaron a
aglomerarse a la salida del teatro, y el nerviosismo me mataba por dentro — al
cerrarse el telón, no vi al chico, y ahora tampoco le encontraba.
Este era el último turno de
actuaciones, por lo que tendría que terminar de trabajar ya. O al menos, eso
creía.
—¿Vienes? Me voy a casa ya — me
comunicó mi hermana.
—No, voy a encontrarme con un amigo
— respondí, sin saber muy bien si se me había ido la cabeza o si simplemente
estaba soñando.
—De acuerdo — dijo ella.
Me senté en el muro de piedra que se
encontraba junto a los enormes jardines que te daban la bienvenida al teatro y
jugueteé con una vieja moneda de plata que llevaba guardando desde hace años.
Una sombra apareció delante de mí, y
no tuve que alzar la cabeza para saber de quién se trataba.
—Hola.
—Hola.
—…
—Te estaba esperando.
—Yo a ti también.
Fue entonces cuando levanté la vista
para encontrarme con los profundos ojos verdes que llevaban inspeccionándome
durante toda la noche.
—Por fin te encuentro —dijo,
acercándose aún más.
—Sí — respondí— después de tanto
tiempo.
Ambos supimos que todo
había comenzado mucho antes de esa noche estrellada de finales de junio.
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