domingo, 12 de abril de 2015

Arte II.

Los asientos eran prácticamente invisibles a la vista humana, teniendo en cuenta la cantidad de gente que ocupaba estos. Cualquiera que hubiese visto la escena desde lejos habría pensado que se trataba de alguna manifestación, en lugar de un recital de piano.
Las voces se hicieron suaves a medida que se iba abriendo el telón con lentitud.
Cuando alcancé a ver a la chica, no se escuchaba ni a una mosca en la pequeña sala.
Avanzó hacia el instrumento, sus tacones repiqueteando, su pelo recogido en un moño elegante, sus manos sujetando las partituras— completamente rígidas.
Se sentó en el pequeño banquito, dejando caer el vestido de seda negro hacia un lado, sin una sola arruga en la tela.
Suavemente, apoyó sus finos dedos sobre las enormes teclas de aquel piano de cola, y el espectáculo dio por comenzado.
Miré a mi alrededor, observando como todo el mundo tenía la boca abierta ante semejante interpretación, hasta acabar posando mis ojos en el guardia de seguridad que se encontraba a los pies del escenario, tapado por la oscuridad que inundaba todo el teatro con excepción del escenario en su totalidad. Parecía aburrido —casi acostumbrado a la rutina de aguantar recitales, conciertos, obras de teatro y actuaciones artísticas en general.
Dos enormes surcos colgaban bajo sus ojos, demostrando el cansancio que su trabajo podía llegar a generar. (O a lo mejor tenía problemas personales. Todos somos humanos, ¿no? Claro que sí. Era una posibilidad). Su mentón permanecía completamente quieto. Se le podría haber llegado a confundir con una estatua de no haberle visto rascándose el brazo izquierdo constantemente.
Era joven, probablemente no llegaría a los treinta años, y el uniforme le quedaba bastante suelto, por lo que suponía que su constitución era delgada.
Mi vista estaba clavada en el guardia, el concierto tan solo parecía un entretenimiento auditivo en comparación con las posibilidades de vida que podría tener el hombre.
¿Y si era homosexual? ¿Y si era mudo? ¿Y si tenía una esposa y dos hijos preciosos? ¿Y si aún estaba estudiando? ¿Y si le faltaba el dedo pequeño del pie derecho?
Ahora mismo no podía contenerme, quería descubrir si realmente tendría todos los dedos de los pies.
Me pilló por sorpresa la mirada que me dirigió repentinamente, pero había algo que me impedía apartar mis ojos de los suyos. Aunque estaba todo oscuro, supe de qué color eran (verde oscuros), y supe lo que transmitía su mirada (melancolía), y también supe que le quería.
—Es precioso —dijo mi hermana, enjugándose las lágrimas.
—Lo sé —contesté, a sabiendas de que no nos referíamos al mismo espectáculo.
Y así me pasé mirándole durante toda la hora que duró el recital, razón por la cual me quedé muda cuando mi hermana me preguntó sobre la actuación de la pianista.
Las personas comenzaron a aglomerarse a la salida del teatro, y el nerviosismo me mataba por dentro — al cerrarse el telón, no vi al chico, y ahora tampoco le encontraba.
Este era el último turno de actuaciones, por lo que tendría que terminar de trabajar ya. O al menos, eso creía.
—¿Vienes? Me voy a casa ya — me comunicó mi hermana.
—No, voy a encontrarme con un amigo — respondí, sin saber muy bien si se me había ido la cabeza o si simplemente estaba soñando.
—De acuerdo — dijo ella.
Me senté en el muro de piedra que se encontraba junto a los enormes jardines que te daban la bienvenida al teatro y jugueteé con una vieja moneda de plata que llevaba guardando desde hace años.
Una sombra apareció delante de mí, y no tuve que alzar la cabeza para saber de quién se trataba.
—Hola.
—Hola.
—…
—Te estaba esperando.
—Yo a ti también.
Fue entonces cuando levanté la vista para encontrarme con los profundos ojos verdes que llevaban inspeccionándome durante toda la noche.
—Por fin te encuentro —dijo, acercándose aún más.
—Sí — respondí— después de tanto tiempo.

Ambos supimos que todo había comenzado mucho antes de esa noche estrellada de finales de junio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario