domingo, 12 de abril de 2015

Arte I.

El frío chocaba dolorosamente contra mi cuello, haciéndome replantearme una y otra vez el por qué del constante olvido que invadía mi mente. En mi cabeza tan solo cabía espacio para el recuerdo del resultado del examen y de la cara que pondrían mis padres al enterarse de mi suspenso. Continué caminando ensimismado hacia la parada del bus cuando me di cuenta de que salía en menos de un minuto. Mis pies reaccionaron antes de que el cálculo mental del tiempo que necesitaba y el espacio que tenía que recorrer terminase, forzándome a correr como hacía tiempo que no corría.
Llegué justo cuando el humo del vehículo se reía de mí, casi manchándome con su burla. Otra risa más ligera se unió al bochorno que ya sentía en mi interior, despertándome de la ensoñación en la que me encontraba.
Al girarme, descubrí a una niña pequeña envuelta en un abrigo enorme y casi tapada completamente por sus ricitos rubios; su risa y su pequeño dedito índice señalándome me obligaron a dejar escapar una sonrisa antes de ponerme serio de nuevo.
—Eres gracioso — dijo la niña, a la par que se tapaba la boca con ambas manos, como si hubiese dicho algo imposible, y se le tornaba la cara de rojo.
—¿Lo soy? —dije, acercándome a ella.
—No hablaba de ti — dijo, confundida, señalando de nuevo con el dedo.
Tan solo tuve que mirar hacia mi derecha para reparar en lo que la niña estaba pensando: a mi lado se encontraba un mimo imitando mi estúpida reacción al correr detrás del autobús y, por lo visto, lo estaba haciendo muy bien, ya que varias personas se habían parado a mirarle y estaban riéndose de su actuación. Me di cuenta del impacto que habían provocado sus movimientos en el público cuando comenzó a llegar aún más gente, cogiendo sus teléfonos móviles y sacando fotos y vídeos del artista.
Era el centro de atención.
Me giré de nuevo para volver a hablar con la pequeña que me había conquistado, pero esta había desaparecido. Comencé a ponerme nervioso. La gente continuaba acercándose y haciendo aún más imposible mi operación de encontrar a la pequeña, y el miedo siguió creciendo en mi interior. Era tan diminuta y las personas comenzaban a abundar de tal manera… podría hacerse daño.
Antes de que me diese un ataque psicótico y de que llamase a la policía para que buscasen a la imitadora de Ricitos de Oro, divisé un tirabuzón rubio en el aire. Al fijarme mejor, me di cuenta de que la niña estaba subida a la pela del que parecía ser su padre. Reía y reía, sin parar de señalar con el dedo a casi todo el mundo y jugando con sus guantes. Sus mejillas enrojecían cada vez más. Parecía tan feliz …

Me senté en la parada del bus y estuve ahí, observando a la niña más bonita que había visto jamás riendo y disfrutando de la infancia como nadie. Fue entonces cuando me di cuenta de lo sencillo que era todo, lo sencilla que era la vida. Y, de manera inesperada, las carcajadas comenzaron a salir solas y sin control, uniéndome a la marea de gente que observaba al mimo.

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