El frío chocaba dolorosamente contra mi cuello,
haciéndome replantearme una y otra vez el por qué del constante olvido que
invadía mi mente. En mi cabeza tan solo cabía espacio para el recuerdo del
resultado del examen y de la cara que pondrían mis padres al enterarse de mi
suspenso. Continué caminando ensimismado hacia la parada del bus cuando me di
cuenta de que salía en menos de un minuto. Mis pies reaccionaron antes de que
el cálculo mental del tiempo que necesitaba y el espacio que tenía que recorrer
terminase, forzándome a correr como hacía tiempo que no corría.
Llegué justo cuando el humo del vehículo se reía de
mí, casi manchándome con su burla. Otra risa más ligera se unió al bochorno que
ya sentía en mi interior, despertándome de la ensoñación en la que me
encontraba.
Al girarme, descubrí a una niña pequeña envuelta en
un abrigo enorme y casi tapada completamente por sus ricitos rubios; su risa y
su pequeño dedito índice señalándome me obligaron a dejar escapar una sonrisa
antes de ponerme serio de nuevo.
—Eres gracioso — dijo la niña, a la par que se tapaba
la boca con ambas manos, como si hubiese dicho algo imposible, y se le tornaba
la cara de rojo.
—¿Lo soy? —dije, acercándome a ella.
—No hablaba de ti — dijo, confundida, señalando de
nuevo con el dedo.
Tan solo tuve que mirar hacia mi derecha para reparar
en lo que la niña estaba pensando: a mi lado se encontraba un mimo imitando mi
estúpida reacción al correr detrás del autobús y, por lo visto, lo estaba
haciendo muy bien, ya que varias personas se habían parado a mirarle y estaban
riéndose de su actuación. Me di cuenta del impacto que habían provocado sus
movimientos en el público cuando comenzó a llegar aún más gente, cogiendo sus
teléfonos móviles y sacando fotos y vídeos del artista.
Era el centro de atención.
Me giré de nuevo para volver a hablar con la pequeña
que me había conquistado, pero esta había desaparecido. Comencé a ponerme
nervioso. La gente continuaba acercándose y haciendo aún más imposible mi
operación de encontrar a la pequeña, y el miedo siguió creciendo en mi interior. Era tan diminuta y las personas comenzaban a abundar de tal manera… podría hacerse daño.
Antes de que me diese un ataque psicótico y de que
llamase a la policía para que buscasen a la imitadora de Ricitos de Oro, divisé
un tirabuzón rubio en el aire. Al fijarme mejor, me di cuenta de que la niña
estaba subida a la pela del que parecía ser su padre. Reía y reía, sin parar de
señalar con el dedo a casi todo el mundo y jugando con sus guantes. Sus
mejillas enrojecían cada vez más. Parecía tan feliz …
Me senté en la parada del bus y estuve ahí,
observando a la niña más bonita que había visto jamás riendo y disfrutando de
la infancia como nadie. Fue entonces cuando me di cuenta de lo sencillo que era todo, lo
sencilla que era la vida. Y, de manera inesperada, las carcajadas comenzaron a
salir solas y sin control, uniéndome a la marea de gente que observaba al mimo.
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