domingo, 22 de marzo de 2015

Soñar. Soñar despiertos.

-Tropas -grita el soldadito-, atacad al enemigo a mi señal -apunta con su brazo de plástico a la masa de soldaditos que se enfrentan a su ejército-, tres, dos, uno... ¡fuego! -y caen algunos de los muñecos, derribados, heridos. Pero, claro está: no es real.
Juegan a estar heridos. No hay sonidos de disparos.
-Trooooopa -grita el comandante del ejército derribado-, desenfunden sus espadas -y todos obedecen. Esas pequeñas espadas en esas diminutas manos se alzan sobre los cascos de plástico de las figurillas de plástico, en el interior del baúl de madera.
-Tarta de fresa -llama uno de los soldados a la pelirroja sentada en la esquina más cercana a ellos, con una lámpara en forma de flor junto a ella, leyendo un libro muy interesante en su cama, con el sombrero quitado, reposando a los pies del colchón-, necesitamos más luz.
La muñeca sube la intensidad de la bombilla.
Es difícil jugar sin ver nada.
Al otro lado del baúl, lejos de la "guerra", una maestra robot enseña a su clase una loca cantidad de cosas, una detrás de otra, haciendo chistes entre medias.
Los alumnos imaginarios, visibles mientras la tapa del cofre esté cerrada, cada uno con su rasgo característico, cada uno sacado de un libro diferente, de un cuento, de una leyenda o de una película, presta atención procesando absolutamente todo lo que dice la sabia señora que se haya ante ellos.
Al mismo tiempo, una sombra oscura se apea a los bordes superiores del baúl: un monstruo de piedra que triplica su tamaño cuando nadie le mira. En frente suyo hay una serpiente a la que le crecen quince cabezas más cuando no tiene ningún par de ojos puestos encima.
Unos pasos se oyen, las zapatillas de andar por casa golpean el suelo y hacen rebotar a los soldaditos, las muñecas, los pupitres y el resto de juguetes.
-QUE VIENEEEEEEEEEE -pega un alarido el capitán de algún bando de los que luchan en la batalla con una voz lo suficientemente estruendosa como para que se oiga reverberar en toda la caja de madera.
Los juguetes, sin excepción alguna, se sumen en la oscuridad y permanecen quietos, como estatuas (o como juguetes).
-¿Estabais divirtiéndoos? -pregunta en voz alta la niña de rizos castaños al levantar la tapa de su "cajón de chorradas de críos" (como lo llama su madre). Ríe bajito, para que nadie de su familia la oiga y la tomen por loca. Los monstruos, sin que ella se de cuenta, escapan y se meten bajo la cama- ¿Cómo vais a responderme? ¡Sois plástico, y no podéis hablar! -ríe un poco más y, de repente, se calla y se queda pensativa-... ¿o sí qué podéis?...

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