domingo, 25 de enero de 2015

Diario de sueños.

Nunca había sido capaz de imaginar que un diario pudiera acumular tantísimo polvo. ¡Quién lo diría! Ni pasando el dedo se ve el color original de la cubierta de cuero…
Sinceramente, espero que la bombilla que cuelga del techo siga funcionando un buen rato más, porque si revienta o se apaga, me da algo. Este desván es muy grande, no tiene ninguna pared divisoria, sólo trastos viejos y… y una mísera bombilla colgando de un cable. Todos los trastos inservibles que han pasado por la puerta principal de esta casa han acabado aquí arriba: tocadiscos rotos, sofás agujereados, estanterías desiguales… y mi viejo diario de sueños.
Bien pensado, mi viejo diario nunca fue nada inservible. No sé desde cuándo lo tengo pero si sé que lo utilicé mucho en su día. Es de cuero marrón oscuro y tiene una cinta para cerrarlo, en su interior hay trozos de páginas mal recortadas que antaño estuvieron vacías, las fui llenando noche a noche con una letra amorfa y tan desigual como las propias hojas. El diario acabó aquí arriba por culpa de mi madre, que estaba preocupada y no lo quería, lo escondió aquí arriba y jamás me pregunté por qué, hasta hoy.
Nunca antes he estado en este lugar, pero es tan espeluznante como lo imaginaba: hay dos ventanucos y parecen indicar, con el destello de la luz lunar, sitios claves de la madera del suelo, levantada y corroída, como en una película americana de misterio, las sábanas dan la sensación de moverse solas con un viento frío y prácticamente inexistente y absolutamente todo ha perdido el color a causa de la gorda capa de polvo que engulle cada centímetro cuadrado.
Céntrate, Mónica, has venido a revisar tu diario de sueños, no a respirar partículas de piel muerta, céntrate, céntrate repite una voz en mi cabeza.
Respiro hondo y cojo el cuaderno. Es hora de saber qué rondaba por mi cabeza hace unos años.
Nada más desenrollar el cordel que lo cierra, una foto revolotea hasta mis pies. Me agacho a recogerla y la inclino un poco para que le dé la luz y averiguar de qué se trata. Me quedo petrificada cuando lo veo: un bol, un saco de harina vacío al lado y unas pequeñas motas de este ingrediente en el bol.
Harina.
La palabra resuena una y otra vez en mi mente, y su significado en un sueño: siempre faltará lo esencial para vivir. Abro el diario y lo leo, asustada por mi propio subconsciente.
Y entonces entiendo por qué mi madre me apartó de esas páginas. Son todo pesadillas, en todas acababa desmembrada o abandonada, sola, magullada, aplastada, destrozada... ¿Cómo podía haber olvidado esto? Hacía tiempo que no recordaba mis sueños recientes, pero debería recordar los antiguos… ¿no?
Al acabar de descifrar mi letra nocturna atormentada por pesadillas, descubro que hay más fotos al final del diario, escondidas.
Cada una de ellas tiene un objeto con un malvado significado en los sueños: un helecho ardiendo (un encuentro que jamás llegará), anclas que no llegan al fondo del mar (incapacidad para encontrar tu lugar en la tierra), camas deshechas (insatisfacción con uno mismo), carteles de salida de emergencia apagados y rotos (no hay escapatoria)...
Y por último, un atrapasueños con un ojo en el centro. El ojo, la sensación de estar constantemente vigilados. Aunque no entiendo la maldad que puede haber en un atrapasueños, ¿qué hace junto a tantas fotos escalofriantes?
Ahora que me fijo bien, parece el atrapasueños que tenía antes, junto a mi cama. ¡Y que ha acabado aquí arriba, junto con este diario! Cómo lo echaba de menos…
Al cogerlo, siento un terrible mareo y me duele la cabeza horrores, la bombilla se apaga y la luna deja de brillar.



-Buenos días -dice mi madre a la vez que entra en mi habitación a subirme la persiana; ya ha salido el sol.
-Mamá, ¿que me ha pasado? -pregunto, rascándome la cabeza, dolorida. No recuerdo nada de anoche.
-Nada, cariño, nada -me da un beso en la frente y sale por la puerta. No la veo bien porque apenas hay luz pero juraría que llevaba una cámara y un atrapasueños en la mano.

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