“Quisimos ser
eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra contra”.
(Escogida por Anita).
(Escogida por Anita).
Contigo es
siempre la misma historia, y todas esas veces, igual de adictiva. Nos buscamos
mutuamente, nos tentamos, hacemos enfadar al otro, ponemos en juego nada más y
nada menos que nuestros propios sentimientos… Y todo esto, ¿para qué?
¿Para luego encontrarnos y añorar lo que teníamos cuando no teníamos nada?
Continuamos
con el mismo juego, sentados en esta noria que no para de subir. El problema
está en que, cuando llegamos al ansiado momento en el que estamos en lo alto de
esta, el vértigo nos ataca y nos hace dudar.
¿Todo este
juego ha valido realmente para algo? ¿Nos conocemos realmente, o apartamos
la mirada de los ojos del otro por miedo a la decepción?
Todo son
preguntas sin respuestas, respuestas que solo se encuentran en los actos, en la
verdad.
A veces siento
que todo esto es tan solo un gran acto de masoquismo, una manera de obtener
adrenalina emocional aún sabiendo que, pasado un tiempo, nos arrepentiremos de
lo que está ocurriendo.
El momento
llega. Ya estamos en lo alto de la noria, pero ahora toca descender. Ya lo
hemos probado, ahora la emoción ha acabado y lo único que buscamos es volver a
ese momento de emoción, volver a lo alto de aquella noria durante esa bonita
noche de agosto. Volver a quererte entre mis brazos y a quererte lejos de
estos.
Pero en lo
único que puedo pensar cuando desciendo de esta atracción de feria es en el
sentimiento de alegría que me invadió durante el corto período que pasé en la
cima. Entonces, me doy la vuelta y, de nuevo, compro un boleto. Ahí es donde
comienza todo, una vez más. Dos ignorantes enamorados de una sensación efímera
y engañosa, que tan solo nos crea una insana y peligrosa adicción que viaja con
nosotros para siempre, haciéndonos replanteárnoslo todo, haciéndonos querer
más, más y más. Porque nunca es suficiente, porque siempre podemos montar de
nuevo. Repetir la misma historia sin final feliz.
Pero si algo
he aprendido en este largo trayecto es que esa sensación, esa felicidad, esa
emoción… no es real. Nada es tan bueno como creemos —o, mejor dicho, como
queremos creer—.
No estamos
hechos el uno para el otro (¿o sí?). El destino es sabio —o eso dicen—, y por
la suerte de nuestras cartas, me he dado cuenta de que nuestros caminos, por
mucho que lo intentemos, no están predestinados a cruzarse, ni a permanecer
juntos durante mucho tiempo.
Y aún nos
recuerdo tumbados en la arena, oliendo a salitre e invadidos por una peligrosa
risa floja. Aún nos recuerdo tirando los relojes al mar, haciendo que el tiempo
se detuviese, olvidándonos de todo y sintiendo el momento, queriendo al mundo…
queriéndonos.
Pero como en
todas las historias, hay un final, y puede ser cierto que el nuestro fuese más
precipitado y forzado de lo que debería haber sido… ¡Pero, qué se le va a
hacer, así lo quiso el destino!
Y es que
quisimos ser eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra
contra.
Carmen Lovegood, @ItsMePato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario