jueves, 8 de enero de 2015

Fuimos, somos y siempre seremos.

“Quisimos ser eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra contra”.
(Escogida por Anita).

Contigo es siempre la misma historia, y todas esas veces, igual de adictiva. Nos buscamos mutuamente, nos tentamos, hacemos enfadar al otro, ponemos en juego nada más y nada menos que nuestros propios sentimientos… Y todo esto, ¿para qué? ¿Para luego encontrarnos y añorar lo que teníamos cuando no teníamos nada?
Continuamos con el mismo juego, sentados en esta noria que no para de subir. El problema está en que, cuando llegamos al ansiado momento en el que estamos en lo alto de esta, el vértigo nos ataca y nos hace dudar.
¿Todo este juego ha valido realmente para algo? ¿Nos conocemos realmente, o apartamos la mirada de los ojos del otro por miedo a la decepción? 
Todo son preguntas sin respuestas, respuestas que solo se encuentran en los actos, en la verdad.
A veces siento que todo esto es tan solo un gran acto de masoquismo, una manera de obtener adrenalina emocional aún sabiendo que, pasado un tiempo, nos arrepentiremos de lo que está ocurriendo.
El momento llega. Ya estamos en lo alto de la noria, pero ahora toca descender. Ya lo hemos probado, ahora la emoción ha acabado y lo único que buscamos es volver a ese momento de emoción, volver a lo alto de aquella noria durante esa bonita noche de agosto. Volver a quererte entre mis brazos y a quererte lejos de estos.
Pero en lo único que puedo pensar cuando desciendo de esta atracción de feria es en el sentimiento de alegría que me invadió durante el corto período que pasé en la cima. Entonces, me doy la vuelta y, de nuevo, compro un boleto. Ahí es donde comienza todo, una vez más. Dos ignorantes enamorados de una sensación efímera y engañosa, que tan solo nos crea una insana y peligrosa adicción que viaja con nosotros para siempre, haciéndonos replanteárnoslo todo, haciéndonos querer más, más y más. Porque nunca es suficiente, porque siempre podemos montar de nuevo. Repetir la misma historia sin final feliz.
Pero si algo he aprendido en este largo trayecto es que esa sensación, esa felicidad, esa emoción… no es real. Nada es tan bueno como creemos —o, mejor dicho, como queremos creer—.
No estamos hechos el uno para el otro (¿o sí?). El destino es sabio —o eso dicen—, y por la suerte de nuestras cartas, me he dado cuenta de que nuestros caminos, por mucho que lo intentemos, no están predestinados a cruzarse, ni a permanecer juntos durante mucho tiempo.
Y aún nos recuerdo tumbados en la arena, oliendo a salitre e invadidos por una peligrosa risa floja. Aún nos recuerdo tirando los relojes al mar, haciendo que el tiempo se detuviese, olvidándonos de todo y sintiendo el momento, queriendo al mundo… queriéndonos.
Pero como en todas las historias, hay un final, y puede ser cierto que el nuestro fuese más precipitado y forzado de lo que debería haber sido… ¡Pero, qué se le va a hacer, así lo quiso el destino!

Y es que quisimos ser eternos cuando teníamos hasta las manecillas del reloj en nuestra contra.

Carmen Lovegood, @ItsMePato. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario