domingo, 22 de febrero de 2015

Noche de viernes.


Era de la noche, no recuerdo bien la hora pero ya estaba bien entrada la madrugada. No hacía frío a pesar de ser finales de febrero, o al menos yo no tenía frío. Estaba tirada en el suelo, juegueteando con los cordones de mis viejas botas negras. Sonaba algo de los Sex Pistols de fondo y la gente a mi alrededor bailaba y gritaba, todos ellos borrachos como cubas. Hacía pocos minutos yo había sido una de ellos, pero estaba algo cansada, así que simplemente me recosté sobre una pared llena de pintadas que estaba alejada. De repente, vi como alguien venía en mi dirección. No le podía ver bien la cara, no sé si era producto del alcohol o de la oscuridad de aquel callejón. Se acercó unos metros más. Se recostó allí, a mi lado, con su camiseta de Nirvana y su sonrisa torcida, heroína en vena y vodka en mano. Giró su cabeza hacia mí, me miró y me ofreció un trago. Acepté sin mirarle e incliné la botella sobre mis labios. Cuando se la devolví me tomé unos segundos para observarlo mejor. Verdaderamente parecía sacado de mitad de un concierto de grunge. Él, sin mirarme y centrándose en el cigarrillo que acaba de encender, intentó agarrar la botella sin éxito. Con algo parecido a un gruñido, giró la cabeza y fijó sus azulísimos e hinchados ojos en mí, analizándome. Para finalizar, estos se posaron los míos. Con aquella mirada lo supe todo: la muerte acababa de mirarme directamente a los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario